Thursday, September 20, 2007

Paisajes del idioma


ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Babelia, 24/03/2007
En la esquina de mi calle, la 107 con Broadway, se reúne casi cada día, salvo en lo más duro del invierno, una tertulia de jubilados cubanos. Desaparecen durante las semanas de viento helado y de nieve, pero apenas dura un poco el sol y se entibia el aire allí están de nuevo, con gorros, orejeras y chaquetones en invierno, con guayaberas y calcetines blancos en verano: por el modo en que se sientan en una silla en el filo de la acera, por la gesticulación de sus manos, se sabe que no son de aquí al verlos de lejos: pero nada más acercarse uno ya le llega el sonido del habla cubana, y con él la madeja de las diatribas eternas sobre asuntos nimios, las rememoraciones de La Habana en los años cincuenta y de Fidel Castro, que no se muere nunca, chico, y también de esa casa de comidas cubana que cerró hace unos meses en el vecindario por culpa de la subida de los alquileres. Se llamaba La Rosita, y su dueño era un español que había emigrado a Cuba después de la guerra, y luego emigró aquí, como tantos. Un poco al sur está La Flor de Mayo, que ofrece comida china y criolla: los camareros veteranos son de Perú, los repartidores y los pinches son de México, igual que los encargados de cortar y vender las flores en los ultramarinos coreanos. En el supermercado de la esquina de enfrente, las locuaces cajeras, que se peinan todas con el pelo brillante muy tenso, a la manera de Jennifer Lopez, se mueven con perfecta desenvoltura entre el español de Santo Domingo y de Puerto Rico y el inglés expeditivo de Nueva York: a los clientes les hablan en inglés, pero entre ellas mantienen un cacareo sabroso en español sobre novios y citas, sobre regímenes para perder peso y novelas televisivas, mexicanas y colombianas, emitidas por los canales de Miami. Saltan elásticamente de un idioma a otro, pero a veces se les cruzan: "You guys take a look at the moreno chaparrito".
A una distancia hacia el norte de unas cuantas estaciones de metro me puedo sumergir en el populoso vecindario dominicano de Washington Heights: muy cerca, en la avenida de Amsterdam, hay una carnicería mexicana que se llama enternecedoramente Los Dos Cuñados, Meat Market, y si cruzo el parque me encontraré en el Spanish Harlem, el Barrio, donde el habla que se escucha es el de Puerto Rico, con su música caribeña y sus eles boricuas: Puelto Rico, Puelco, Niuyol.
En Miami, en una sola tarde, en compañía de un editor y librero colombiano que vino de Bogotá a los 14 años y ahora es perfectamente bilingüe, voy de radio Caracol, masivamente colombiana, a un programa de televisión dirigido por el cubano Ricardo Brown, y esa noche me encuentro en otro estudio con el peruano Jaime Bayly, que dice sus monólogos mirando a la cámara con una serenidad entre limeña y budista, con la sorna sutil que tanto facilita su acento. Miami, que hasta hace poco era una extensión de Cuba, ahora acoge a una multitud de recién llegados de toda América Latina, de modo que también se escuchan los acentos del Río de la Plata, de Venezuela, de Bolivia, de Chile. En Nueva York se puede escuchar incluso la más rara, la más antigua de las hablas españolas, el judeoespañol que algunos hijos y nietos -nietos sobre todo- de emigrantes llegados del antiguo imperio otomano quisieran nostálgicamente recobrar. Un conocido me da a leer el manuscrito de un libro en el que ha recogido los refranes que les oía a sus abuelos, y a los que nadie en la familia hacía ningún caso, porque les parecían residuos de una cultura desacreditada y anacrónica, el bagaje del antiguo mundo del que los hijos de los emigrantes se quieren desprender: "Al amigo que no es sierto, con un ojo cerrado y el otro avierto"; "eskupe en su cara, piensa que está lloviendo"; "para palabra y palabra su moko savrozo".
Y no olvido al portero de mi casa, David Jiménez, que vino de Guatemala hace veintitantos años, huyendo de la guerra civil, y ahora está tan orgulloso de la hija que se le fue "al College"; o del doctor Valentín Fuster, que habla español con una mezcla extraordinaria de acentos, catalán e inglés, inglés y catalán, o del doctor Miguel Trujillo, que mantiene intacta al cabo de más de treinta años el habla de Sevilla.
Paradójicamente, la mejor atalaya para entender la lengua española está ahora mismo en Estados Unidos, en ciudades como Nueva York, Miami o Los Ángeles, donde confluyen todos los ríos del idioma, todos los acentos, y donde el oído se afina para distinguir y apreciar sus músicas diversas al mismo tiempo que la inteligencia se asombra ante su espléndida unidad. Todas las variantes son inmediatamente inteligibles para cualquiera que hable la lengua: en vez de limitarla, la enriquecen, porque nos enseñan formas de nombrar las cosas que son distintas de las nuestras y sin embargo nunca nos niegan su significado, con sólo prestar un poco de atención. Muchos de nosotros leíamos de pequeños los tebeos de Supermán traducidos en México por la editorial Novaro, en los que los malos eran los pillos y los coches se llamaban carros y no tenían maletero sino cajuela. De adolescentes, al mismo tiempo que ingresábamos de lleno en la literatura de América Latina, leíamos las historietas de Mafalda, y su lenguaje porteño jamás fue una dificultad, sino un aliciente. Nuestros hijos se morían de risa con El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado, igual que nosotros nos habíamos reído con Cantinflas. Y quien se dejó embriagar por la fiesta verbal de Betty la Fea ahora tiene la ocasión de repetir el regocijo con otra telenovela de la que yo había oído hablar mucho en Bogotá, y que me traje completa de Miami: Sin tetas no hay paraíso.
No hago triunfalismo español, me apresuro a advertir, estando las cosas como están en mi país: tan sólo constato una realidad que le hace a uno respirar más hondo, darse cuenta de que le corresponde la ciudadanía de un mundo más ancho y más abierto que los mezquinos espacios nacionales, o comarcales, o locales. No hago triunfalismo, entre otras cosas, porque en ese mundo España no es la capital, sino una provincia, por detrás no sólo de México, sino también de Estados Unidos, donde ya hay unos 44 millones de hablantes que tienen el español como lengua materna. Tenemos la suerte de compartir ese espacio de palabras, pero eso no garantiza nada, desde luego: en el mundo hispánico hay una tendencia inmemorial al encierro en el interior de las propias fronteras, físicas y mentales, y la extensión y la universalidad de nuestro idioma se corresponden, llamativamente, con una acusada fragmentación cultural. Tendemos a vivir encerrados en las habitaciones más pequeñas y con menos ventilación de una casa muy grande. Incluso acertamos a encerrarnos en armarios o altillos de cada una de nuestras habitaciones respectivas. Los libros circulan poco entre unos países y otros, no sólo entre España y América, sino en el interior de la América misma. No hay más de unos cuantos nombres que tengan una presencia sostenida, ninguna revista que de verdad sea un punto de encuentro sin fronteras. Granta, la New York Review of Books, el Times Literary Supplement son referencias aceptadas en cualquier ámbito de la cultura en inglés. La Revista de Occidente y Sur, en otros tiempos, después Vuelta y ahora Letras Libres han perseguido con rigor y valentía ese propósito, pero quizás nos faltan fuerzas empresariales y amplitud de miras para cumplirlo, igual que nos falta un público amplio como para sostenerlo.
Personalmente, el descubrimiento de la universal práctica y tangible del español ha sido uno de los grandes regalos de mi vida, como aficionado a la literatura y como ciudadano. Creo que es un antídoto contra las sofocantes escaramuzas españolas, contra la patriotería verbal en la que quisieron maleducarnos de niños y contra las pasiones balcánicas de ahora. El español no está en peligro, entre otras cosas porque su porvenir no depende de los avatares mediocres de nuestra política, ni de las insensateces de nuestro sistema educativo. El español es la lengua de los colonizadores y también la de los que se rebelaron contra ellos, la de los primeros libros que se imprimieron en el continente americano y la de algunas de las novelas más hermosas que se están escribiendo ahora. Lo hablan los que emigraron por hambre y los que huyeron de la persecución política, los disidentes y los ortodoxos, y ahora mismo es la lengua del emigrante recién llegado que se pone a fregar platos y también la del licenciado en Físicas que viene a doctorarse a Estados Unidos, y la del banquero que ha de atender en español a algunos de sus clientes ricos, y la del médico de urgencias que ha de aprender la lengua para entenderse con el enfermo que acaban de llevarle. El español es un país que le permite circular a uno por una variedad ilimitada de paisajes sin que lo detengan en ninguna frontera, una identidad fluida y flexible que nos permite ser de muchos lugares y de uno solo.
Ahora que, entre los unos y los otros, parecen empeñados en dejarme sin país, con la energía y el fervor demente de Groucho Marx cuando desguazaba un tren lanzado a toda velocidad para alimentar la locomotora, tengo al menos la tranquilidad de que no voy a quedarme sin mi idioma.

Friday, September 14, 2007

Bicicentro en el campus


Obra del arquitecto Felipe Leal, el Bicicentro de la Ciudad Universitaria de México es un autoservicio gratuito de bicicletas para que alumnos y profesores circulen por el campus. Construido junto al Metro Ciudad Universitaria, el servicio presta hasta un total de 2000 bicicletas con sus correspondientes cascos para circular por los 5.200 metros de carriles bici en el interior del recinto universitario.
La Ciudad Universitaria de México fue declarada en 2007 por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Junto con la Ópera de Sidney, son las dos únicas obras modernas que engrosan las listas patrimoniales de la humanidad. Este complejo de edificios, levantado por casi sesenta arquitectos, está considerado como el máximo exponente del funcionalismo en Latinoamérica. Su excepcionalidad radica en haber hecho compatible la modernidad arquitectónica internacional con el pasado autóctono.

Wednesday, September 05, 2007

Is America On Course To Fall Like Rome?

By DAVID M. WALKER, comptroller general of the United States and head of the U.S. Government Accountability Office.

Throughout history, many great nations have failed to survive, notably the longest-standing republic and the major superpower of its day, the Roman Republic. Is America headed down that path today? Unless the U.S. government adopts a long-term perspective and strategy that fits the 21st century, we might well be.

At the start of the 21st century, our country faces a range of sustainability challenges: fiscal, health care, energy, education, the environment, Iraq, aging infrastructure, and immigration, to name a few. These challenges are complex and of critical importance.

Some younger people may have no firsthand memory of the Cold War or the Iron Curtain. Their world has been defined by more recent developments, such as the invention of the microcomputer, the spread of the AIDS virus, and the mapping of the human genome. The challenge before us is to maintain a government that is effective and relevant to future generations.

Unfortunately, our government’s track record in adapting to new conditions and meeting new challenges isn’t very good. Much of the federal government remains overly bureaucratic, myopic, narrowly focused and based on the past. There’s a tendency to cling to outmoded organizational structures and strategies. That needs to change because efficient and effective government matters.

Hurricanes Katrina and Rita brought that point home in a painful way. The damage these storms inflicted on the Gulf Coast put all levels of government to the test. While a few agencies, like the Coast Guard, did a great job, many agencies, particularly the Federal Emergency Management Agency, fell far short of expectations. Public confidence in the ability of government to meet basic needs was severely shaken — and understandably so. If our government can’t handle known threats like natural disasters, it’s only fair to wonder what other public services may be at risk.

Transforming government and aligning it with modern needs is even more urgent because of our nation’s large and growing fiscal imbalance. Simply stated, America is on a path toward an explosion of debt. And that indebtedness threatens our country’s, our children’s and our grandchildren’s futures. With the looming retirement of the baby boomers, spiraling health care costs, plummeting savings rates, and increasing reliance on foreign lenders, we face unprecedented fiscal risks.

Long-range simulations from my agency are chilling. If we continue as we have, policymakers will eventually have to raise taxes dramatically and/or slash government services the American people depend on and take for granted. Just pick a program — student loans, the interstate highway system, national parks, federal law enforcement or even our armed forces.

Our nation’s financial problems are undermining our flexibility to address a range of emerging challenges. For example, America’s population is aging. Tens of millions of baby boomers, and I’m one of them, are on the brink of retirement. Many of these retirees will live far longer than their parents and grandparents. The problem is that in the coming decades, there simply aren’t going to be enough full-time workers to promote strong economic growth or to sustain existing entitlement programs. Like most industrialized nations, the United States will have fewer full-time workers paying taxes and contributing to federal social insurance programs. At the same time, growing numbers of retirees will be claiming their Social Security, Medicare and Medicaid benefits.

Another ominous trend: American companies are cutting back the retirement benefits they’re offering to workers. This means all of us are going to have to plan better, save more, invest more wisely and resist the temptation to spend those funds before we retire.

Beyond fiscal imbalances, the United States confronts a range of other challenges. Globalization is at the top of that list. Markets, technologies and businesses in various countries and in various parts of the world are increasingly linked, and communication across continents and oceans is now instantaneous. This new reality was made clear by the recent drop in stock markets around the world.

Challenges also come from technology. In the past 100 years, but especially the last 25 years, spectacular advances in technology have transformed everything from how we do business to how we communicate, to how we treat and cure diseases. Our society has moved from the industrial age to the knowledge age, where specialized knowledge and skills are two keys to success. Unfortunately, the United States — which gave the world Benjamin Franklin, Thomas Edison and Bill Gates — now lags behind many other developed nations on high school math and science test scores.

In many respects, our quality of life has never been better. We’re living longer, we’re better educated, and we’re more likely to own our own homes. At the same time, Americans face a range of quality-of-life concerns. These include poor public schools, gridlocked city streets, inadequate health care coverage and the stresses of caring for aging parents and possibly our own children at the same time.

Our very prosperity is placing greater demands on our physical infrastructure. Billions of dollars will be needed to modernize everything from highways and airports to water and sewage systems. The recent bridge collapse in Minneapolis was a sobering wake-up call. The demands for such new investment will increasingly compete with other national priorities. (...)

There are striking similarities between America’s current situation and that of Ancient Rome. The Roman Republic fell for many reasons, but three are worth remembering: declining moral values and political civility at home; an overconfident and overextended military in foreign lands; and fiscal irresponsibility by the central government. Sound familiar? It's time to learn from history and take steps to ensure the American Republic is the first to stand the test of time.

© Global ECONOMIC Viewpont. Distributed by TRIBUNE MEDIA SERVICES, August 23, 2007

Monday, September 03, 2007

Smokefree England

On July 1st 2007, England introduced a new law to make virtually all enclosed public places and workplaces in England smokefree. A smokefree England ensures a healthier environment, so everyone can socialise, relax, travel, shop and work free from secondhand smoke. This website provides you with information about the legislation and lets you know how you can play an important part in maintaining a smokefree England.
Compare countries. Curious about what's happening in the rest of the world? Explore smokefree legislation in other countries by clicking on the flags.

Spin_short film



SPIN is a great training or teaching tool. There are many different concepts in this that can be applied to life as well as a tool to be used for management. The four main concepts in this video that strike me as the most important are:
1. Understanding the motivations of people can help you to create a better future and to capitalize on people’s true potential.
2. How events can trigger other events is important to understand, sometimes in life and in managing you need to look at how a decision will affect future outcomes and decisions.
3. Sometimes what seems to be a negative event for most, can be a positive catalyst for someone else. Utilize this to turn a negative into an opportunity.
4. Symbiosis, sometimes many different people possess something that others need and that if they contribute to each other, then the whole becomes greater than the sum of the parts. It is not a zero-sum game, everyone can win.

At first, the spin master tries to move the basketball into different trajectories without taking the individuals into account. This ends up causing more tragedy than before when he didn’t intervene. When he gets frustrated, he concentrates on the people. When he does, he is able to see their differences in background, their motivations and what wavelength they are on at this moment. At this point he moves the ball to the older man realizing that it may give him what he needs, a glimpse of his youth. When the old man dribbles the ball it gives the dancer the rhythm that he needs to be inspired. When he begins to dance, the little girl is captivated and walks through the gang members which makes them think about the future and how maybe this rivalry is unnecessary. As one of the gang members walks away he causes the bicyclist to swerve and knock the sandwich out of the businessman’s hand which startles the guy walking while talking on his cell phone. A dog runs to the sandwich, and the dog owner walks over to get her dog and ends up meeting the guys who had been on his phone. The older woman in the wheelchair, inspired by the older man dribbling the ball stands up and begins to dance with the older man. The drug dealer having witnessed this beauty around him looks at his money and realizes that he should give it all to the dancer / philosophy major. At the end the little girl ends up dropping her doll and the head breaks off. The spin master at first is about to leave anyway as it doesn’t seem that bad, but he seems to contemplate all of the potential future consequences of his inaction and finally decides to intervene. This is also a great example of taking the extra time to get something done right.

It is important to note that the ball moving towards anyone else was a negative event that would end in tragedy. When he looked at the differences in the individuals and their motivations, he was able to see what each person was seeking or needed at that moment in time. He is able to look ahead multiple steps to see how one thing can affect another. This is important to take into account for decisions in life and in management. The ball that falls out of the bag can be viewed as a negative event, but he is able to capitalize on the fact that this event is a positive to the older man. We see this all the time in our lives as something that seems negative is a positive to someone else. A snowy day is a burden to a commuter, but gets a skier excited. A drop in oil prices can cut profits in certain companies while increasing profit in others. It’s important to look at events more thoroughly so that we can see if there is an opportunity embedded in it. The spin master was able to create a symbiotic environment where everyone seemed to gain something from each other and all of them end up happier than they were previously. Each person had something that the others needed but if the events were slightly different, then nobody would have been rewarded. He was able to look into what motivated each person and see how the attributes of others could be used to help everyone. This is an excellent example of the complex interactions of people and variables in our lives. Having a better understanding of these events and the motivations, differences and mindset of those around us can help us navigate through and manage an increasingly complex world. (Richard Didonato)

Private Eye_satirical magazine