Monday, September 16, 2019

Devaluación continua

Por BERNA GONZÁLEZ HARBOUR

Andreu Navarra, profesor de Lengua y Literatura de Secundaria, retrata la incapacidad de concentrarse de la nueva generación de “ciberproletariado” o la ausencia de debate sobre el futuro al que esta sociedad quiere conducir a sus jóvenes. Navarra no es un teórico, pero sí un torrente de verdades que acaba de publicar Devaluación continua (Tusquets), un latigazo contra la ceguera, una llamada de emergencia ante la degradación del modelo educativo.

“Los profesores queremos crear ciudadanos autónomos y críticos, y en su lugar estamos creando ciberproletariado, una generación sin datos, sin conocimiento, sin léxico. Estamos viendo el triunfo de una religión tecnocrática que evoluciona hacia menos contenidos y alumnos más idiotas. Estamos sirviendo a la tecnología y no la tecnología a nosotros”, afirma Navarra. “El profesor está exhausto, devorado por una burocracia para generar estadísticas, lo que le quita energía mental para dar clase”.

El testimonio de Andreu Navarra (Barcelona, 1981), historiador, tiene el valor de quien ha impartido clase durante seis años en colegios concertados y públicos, en zonas ricas y castigadas, donde encuentra por igual “profesores heroicos” en un sistema educativo estresado por la propia sociedad de la que es espejo: hay padres ausentes porque trabajan demasiado; hay violencia; hay chicos sin comer o desayunar; hay muchos problemas mentales; y hay una generación ausente por su concentración en las redes y su identidad virtual.

“Lo audiovisual está creando una nueva Edad Media de personas dependientes de satisfacer el placer aquí y ahora, cuando la vida es muy diferente. En la vida hay que saber leer contratos, alquilar pisos, cuidar a tus mayores, criar hijos. Pero el ciberproletariado se viene abajo ante cualquier problema. Son personas que no serán capaces de trabajar porque tienen la concentración secuestrada por las redes”, dice. No es que todos los jóvenes encajen en su mirada crítica, pero sí ve el riesgo de exclusión de una cuarta parte de los alumnos en una tormenta perfecta de precariedad y vida virtual.

El libro de Navarra recurre a Ortega y Gasset para apelar a un debate necesario antes de todo lo demás: a dónde vamos. “Si sabes a dónde vas, si abrimos un debate sobre el modelo de futuro al que queremos avanzar, después regularás la tecnología, los horarios o lo que sea, pero antes de aumentar o disminuir las horas tienes que pensar qué quieres hacer con ellas”, sostiene. Y el modelo de sociedad que convierte en héroes carismáticos a Pablo Escobar o Jesús Gil en series de televisión; la falta de ejemplaridad de unos políticos “pillos, de ahora no te hablo, de quién la tiene más larga”; la mentalidad Fraga de “turismo y populismo que prosigue en Salou, en Magaluf, en que destrocen Barcelona” no ayuda. “Falta reflexión sobre la sociedad que queremos, por qué no apostamos por un MIT español, por exportar literatura, ingeniería patentada aquí y no exportar ingenieros”. Pero “el papel de ascensor social de la educación está fracasando y estamos creando bolsas de guetos, de personas sin futuro”.

Menciona también el maquillaje de la ignorancia que practican los colegios para mejorar la estadística. E insiste una y otra vez en la incapacidad de fijar la atención, gran carencia de una nueva generación con fotos en las redes, pero sin memoria. “Hemos conocido varios capitalismos y ahora mismo estamos en el capitalismo de la atención, en una economía de plataformas que mercantilizan tu atención. Si estás viendo unos mensajes, alguien gana dinero y si ves otros, lo gana otro alguien. No podemos repensar la educación si no pensamos cómo devolver la atención a las aulas, y regresamos del mundo virtual. Ahora no podemos ensimismarnos, como defendía Ortega y Gasset, porque todo es ruido, la política es gritos, eslóganes, nadie piensa, nadie escribe, todo es tontería y eslogan y eso ha llegado a las aulas: lo simplista, lo binario, el bien y el mal”. Los Steve Jobs o Zuckerberg, recuerda, recibieron educación analógica. Y los gurúes tecnológicos mandan a sus hijos a colegios analógicos. Es por ello por lo que, concluye, “hasta que arreglemos la sociedad, no podremos arreglar el sistema educativo”. (El País, 15 de septiembre de 2019)

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