Wednesday, March 01, 2017

El mundo más allá de las redes_Neuropsicología

Por ÁLVARO BILBAO

Antiguamente, es decir, hace siete años, cuando una persona esperaba a un amigo en la puerta de su casa, o cuando daba un paseo, sus manos estaban relajadas, metidas en los bolsillos, o moviéndose levemente con el vaivén de sus pasos. Su cerebro también parecía libre de actividad. Hoy en día, la irrupción de la tecnología en nuestras vidas es tal que la mayoría de nosotros consultamos el teléfono en estas situaciones. Algunos ayuntamientos han decidido poner semáforos en los bordillos para prevenir accidentes a quienes deambulan por la calle con los ojos fijos en las pantallas de sus teléfonos. Y cada vez hay más interés en qué efecto tiene esta hiperconexión en nuestro cerebro. No hay una respuesta clara, pero sabemos que cualquier actividad que repetimos con cierta frecuencia deja una huella en forma de conexiones neuronales y entrar en Internet es una actividad repetida hasta la saciedad por muchos de nosotros.

Desde hace un par de años sabemos que Internet es adictivo. Las personas con una tendencia genética a “engancharse” tienden a perder el control con más facilidad, pero prácticamente la totalidad de personas que disponen de un teléfono inteligente consultan información con creciente regularidad y en más contextos de lo que les gustaría o elegirían libremente. Los padres atienden al móvil más que a sus hijos con excesiva frecuencia, las parejas de enamorados comparten su amor en y con las redes sociales y hasta sabemos que la siniestralidad al volante ha aumentado por nuestra dificultad para decir no a la tentación digital. Internet engancha porque al cerebro humano le encanta conocer nueva información y la Red nos proporciona siempre dosis de esta droga.

Los principales beneficios de la desconexión se centran en tres áreas bien diferenciadas. En primer lugar, en la reducción de niveles de ansiedad asociados al uso compulsivo del móvil. La información nueva es muy estimulante para nuestro cerebro, pero, si no sabemos gestionar este estímulo, puede provocar una especie de frenesí en el que perdemos la sensación de control y seguridad, haciendo que aumente la ansiedad. En segundo lugar, la desconexión facilita que entremos en estados mentales de relajación reduciendo el estrés. En tercer lugar, podemos decir que la desconexión es un facilitador para establecer comunicaciones cara a cara, algo que tiene un efecto positivo sobre nuestro sistema inmunológico y también, de nuevo, activa la respuesta antiestrés. Menos tiempo en Internet (especialmente antes de dormir) supone más horas y mejor calidad del sueño, todo ello también relacionado con la reducción de los niveles de estrés y con una mejora del sistema inmunológico.

Son muchas las cosas que podemos hacer para reducir el grado de hiperconexión a la Red. Existen aplicaciones que nos permiten regular el número de veces que consultamos el móvil o que nos motivan si consumimos pocos datos en un día. Para muchos, la desconexión no pasa por controlar el uso, sino por ofrecer ventanas de tiempo libre de estimulación. Sólo con dormir en una habitación distinta a la de nuestros dispositivos ya ganaremos horas y calidad de sueño. Para conseguirlo sólo hace falta rescatar o comprar un viejo despertador a pilas y recordar cada noche dejar el teléfono cargando en la cocina. Para algunas personas la desconexión empieza a la hora de la cena, momento en el que apagan sus dispositivos. Otros practican la desconexión un día a la semana haciendo que, por ejemplo, el sábado sea un día en el que no interaccionan ni con el ordenador, ni con el móvil. También hay otros que lo consideran un lujo que se reserva para las vacaciones; cuatro semanas en verano liberados del frenesí que supone estar conectado. Sea como fuere, para todos ellos desconectar significa ganar en calidad de vida, conectar con la paz interior, con la calma y el estar con uno mismo, sin estar pendiente de lo que ocurre en el mundo.

Hoy en día sabemos que, antiguamente, hace siete años, cuando aparentemente nuestro cerebro parecía no hacer nada, en realidad hacía muchas cosas. Cuando no estamos conversando, ni trabajando ni recibiendo información a través de los teléfonos móviles, nuestro cerebro activa toda una serie de redes neuronales que almacenan información favoreciendo una mejor memoria y recuerdo. También se activa el sistema inmunológico realizando tareas de reparación en el propio cerebro y favoreciendo una sensación de relajación enormemente placentera. El último sistema que se activa cuando aparentemente no hacemos nada es lo que conocemos como “red por defecto”, un sistema de redes neuronales que se encarga de hacer algo muy importante para nosotros. Mientras paseamos sin hacer nada esta red se encarga de calcular infinitas posibilidades para solucionar nuestros problemas cotidianos, preocupaciones y metas de la manera más efectiva. Si apagamos cada día nuestros dispositivos y renunciamos al fruto de los últimos 100 años de desarrollo tecnológico, podremos disfrutar de los beneficios de millones de años de evolución neurológica. Todo un sistema de regulación intelectual y emocional que nos permite reducir el estrés, la ansiedad y nos facilita tareas como la memorización, el recuerdo y la resolución de problemas.

Practico la desconexión digital cada noche y al menos 15 días en verano, y debo decir que muchos de los mejores ratos del año ocurren durante este tiempo. Para quienes practicamos esto resulta una liberación no poder ser encontrados y no tener nada que buscar. Para mí es lo más parecido a regresar a la infancia y conectar con el presente sin deberes, ni preocupaciones. Durante mucho tiempo he explicado en mis conferencias que las nuevas tecnologías, bajo la promesa de conectarnos con el mundo, iban a acabar por desconectarnos de las personas que más queremos. Hoy creo que el verdadero problema está en que si no desconectamos al menos en distintos momentos del día o la semana, perderemos la conexión con nosotros mismos. (El País, 26.02.17)

Álvaro Bilbao es neuropsicólogo y autor del libro ‘Cuida tu cerebro’ (Editorial Plataforma).

1 comment:

Rosa Montero said...

Sí, hay algo en las redes que nos desconecta la cabeza, que nos emborracha de falsa impunidad, porque, si no, no se entiende que haya tantos cretinos que cuelgan sus crímenes, sin advertir que quizá gracias a eso los detengan. Y ahora calculen lo que este efecto pernicioso puede hacer en las entendederas de tanto arrebatado como pulula por ahí; en la gente amargada, en los inmaduros, en los violentos; en los fanáticos, los envidiosos o los incultos con saña, y con esto me refiero a aquellas personas que, pudiendo haber aprendido más, prefirieron no hacerlo. Esto hace que las redes estén como están, hirviendo de un odio desquiciado y convirtiéndose día tras día en una máquina de difundir mentiras. Miren a Trump: desde el 20 de enero, que asumió el cargo, hasta el 20 de junio ha tuiteado 99 coléricas mentiras, dos cada tres días, y jamás se disculpó (las ha documentado The New York Times). Es el perfecto trol.

Internet está aún en la época del Salvaje Oeste, es un lugar sin ley con linchamientos y matones. Y si los abusos se cometen con adolescentes u otra gente indefensa, pueden causar la muerte. Creo que ya va siendo hora de que ese territorio brutal se ordene y civilice. Y mientras eso llega, ignoremos a los brutos, como en la vieja fábula de las ranas a las que una riada arrojó a un profundo pozo. Las aguas se secaron y parecían condenadas a morir. Unas cuantas comenzaron a trepar por las paredes. Las demás les gritaban: “¡Estáis locas! ¿Os creéis mejores que nosotras? ¡No lo vais a lograr, os agotaréis y os caeréis!”. Y, en efecto, una tras otra las ranas fueron cayendo o claudicando. Pero había una que siguió adelante con enorme esfuerzo pese a los aullidos de las demás y que al final consiguió salir. Ya en el exterior, el sol la iluminó. Entonces las demás pudieron reconocerla: era la rana sorda.