Wednesday, August 26, 2020

Hate Speech Online and Off

Rumi Chunara, an assistant professor of biostatistics at the School of Global Public Health (GPH) and computer science and engineering at the Tandon School of Engineering, is studying the increasingly porous border between the real and virtual worlds. Chunara and her colleagues compared FBI records of racial, ethnic, and national-origin hate crimes in 100 US cities between 2011 and 2016 with hate speech on Twitter during the same time frame. “We found that the cities that had the greatest amount of hate crimes correlated with the greatest number of online discriminatory tweets,” says Stephanie Cook, a GPH assistant professor of biostatistics and social and behavioral sciences. Cook and Chunara emphasize that correlation is not causation. However, “this study contributes to showing that what’s online has implications,” says Chunara. “When there are nefarious things in the real world, we should consider the virtual world as a potential factor.” —Lindsy Van Gelder • Illustration by John W. Tomac

Thursday, August 20, 2020

Manual para una educación con tecnología menos nociva

"La tecnología crea serias hipotecas en el aprendizaje y no debemos confiar la educación a ella." Catherine L'Ecuyer, doctora en Educación y Psicología, es una de los más de cien expertos firmantes de un manifiesto contra las pantallas como eje educativo principal durante la pandemia.

Por BEATRIZ LUCAS
El País, 20 de agosto de 2020


Catherine L'Ecuyer, autora de 'Educar en el Asombro' y 'Educar en la realidad'.

Para Catherine L’Ecuyer (Quebec, 1974) la tecnología en la educación es “como el traje nuevo del emperador. Todos lo saben pero nadie se atreve a decirle que va desnudo”. Ella es una de los más de cien pedagogos, científicos y médicos firmantes en EE UU de un manifiesto contra la tecnología como eje educativo principal durante la pandemia y que ha promovido también con una petición en Change.org. El documento, ya traducido al español, reclama a los gobiernos alternativas y propone soluciones más allá de las pantallas. Además, respalda con más de una veintena de estudios científicos los efectos nocivos del abuso tecnológico en el desarrollo de la infancia y alerta del comercio que las empresas hacen con los datos de las familias aprovechando estos momentos de vulnerabilidad.

Este movimiento aspira a convertirse en global y ya busca en España y los países de lengua hispana respaldo de entidades, docentes y familias que apuesten por otra forma de educar a los niños sin comprometer su desarrollo. L’Ecuyer, psicóloga y especialista en educación, madre de cuatro hijos afincada en Barcelona y autora de los libros Educar en el Asombro y Educar en la realidad —más de 100.000 ejemplares vendidos en ocho idiomas y más de 50 países— explica por qué se ha comprometido con esta campaña y deja una pregunta para la reflexión. “¿Por qué si la tecnología es tan beneficiosa para el desarrollo de los niños, los altos ejecutivos de las empresas tecnológicas de Silicon Valley escolarizan a sus hijos en escuelas sin pantallas?”

Pregunta: ¿Por qué surge este manifiesto y qué busca?

Respuesta: Esta campaña la han promovido dos organizaciones que trabajan en defensa de los derechos de la infancia —Campaign for a Commercial-free Childhood (Infancia libre de comercio) y Children´s Screen Time Action Network (Red de acción sobre la exposición de la infancia a las pantallas)— que han protagonizado ya algunas batallas judiciales contra empresas como Baby Einstein por vender beneficios educativos que no existen, o con Google (Youtube Kids), por comerciar con los datos de los niños. Y yo la he respaldado y he iniciado una petición en Change.org porque está por demostrar la eficacia de la tecnología como solución educativa. Es una respuesta facilona simplista y rápida: parece que resuelve el problema, pero la evidencia científica demuestra que la educación con tecnología no es mejor y en cambio puede tener efectos negativos. Nos han vendido la idea de que los niños llevan las riendas ante la pantalla, pero en realidad no es así: como su mente es inmadura, el niño es como un puerto USB que reacciona ante unos estímulos frecuentes e intermitentes programados por algoritmos. La tecnología crea serias hipotecas en el aprendizaje y no debemos confiar la educación a ella.

P: ¿Cuáles son esas hipotecas?

R: Muchos pediatras, pedagogos y docentes firman este documento porque les preocupa el efecto de la sobreexposición a las pantallas en la salud neurológica de los niños y su desarrollo cognitivo. Pero somos David contra Goliat. La industria tecnológica tiene muchos medios para hacer llegar su marketing y sus estudios parciales pero nosotros solo tenemos los medios de comunicación y campañas como esta para llegar a los padres. Cada semana recibo decenas de correos de padres indignados porque les han impuesto en sus aulas tabletas obligatorias y chrome books sin consultarles y no saben a dónde dirigirse. Cuando acuden a la dirección del centro ya es tarde porque han firmado un contrato con la empresa tecnológica y no hay marcha atrás ¿Cómo puede ser que no haya una movilización masiva en contra de esto? Esta campaña quiere divulgar los estudios científicos que demuestran que la tecnología no es tan educativa como nos venden y busca la concienciación y movilización de los ciudadanos para romper con esa inercia. La población general debe saber lo que está pasando y lo que está en juego.

P: ¿Y qué es lo que está en juego?

R: Mucho más de lo que creemos. Los estudios indican que los niños menores de seis años aprenden a través de las relaciones interpersonales y las experiencias sensoriales, por lo que no tiene sentido ofrecerles contenidos online en esa franja de edad. Es más, hay una relación entre el consumo de pantallas en edades tempranas y la inatención, la impulsividad, la disminución del vocabulario, el déficit de aprendizaje, las adicciones, y problemas de vista, trastornos del sueño, obesidad... Hay un estudio que demuestra que por cada hora diaria de pantalla en menores de tres años aumenta un 10% la probabilidad de sufrir inatención con siete años. Esto está relacionado con que los dispositivos imponen a los niños que los usan ritmos frenéticos, músicas estridentes, luces, colores... y los pequeños se vuelven inquietos, ansiosos y se aburren en los ritmos más lentos que ofrece la realidad. La Sociedad Canadiense de Pediatría y la Academia Americana de Pediatría recomiendan que los niños de menos de dos años no vean nada de pantallas y los de dos a cinco años, menos de una hora al día.

P: Y según los estudios que cita el manifiesto ¿por qué tienen este efecto las apps educativas?

R: Con el juego libre o semiestructurado, el niño busca retos que se ajustan a sus capacidades, por eso suben a los toboganes por la pendiente, para ellos subir por las escaleras es demasiado fácil. En el juego libre es el niño el que planifica y protagoniza su propia experiencia de aprendizaje. Hace trabajar la memoria, tiene que inhibir los estímulos externos, medir sus límites y aprender a autocontrolarse. Las aplicaciones dirigidas por algoritmos son todo lo contrario: el niño va a remolque de lo que recibe, se vuelve pasivo y se acostumbra a estímulos cada vez más rápidos. Acaba inadaptado a la realidad, porque está es demasiado lenta. Esto contribuye a la pérdida del interés por aprender, de la iniciativa. Hemos de saber que muchas aplicaciones están diseñadas para dirigirles y tenerles conectados durante el mayor tiempo posible.

P: ¿Y qué consecuencias tiene para el aprendizaje?

R: El efecto no es el mismo en los niños que en los adultos. Los niños necesitan que respetemos su asombro, su deseo de conocer, pero las tecnologías tienen el efecto contrario: lo hacen todo por él acostumbran a los pequeños a los estímulos inmediatos y acortan el tiempo de atención. Y sin atención no hay aprendizaje. Los profesores lo notan en las escuelas, cada vez los estudiantes tienen menos capacidad de atender a las explicaciones y de concentrarse. Haríamos bien en preguntarnos por qué los directivos de empresas tecnológicas del Sillicon Valley mandan a sus hijos a colegios privados que hacen bandera de no usar tecnología, mientras sus empresas venden dispositivos a colegios públicos de la misma zona. Ellos pueden permitirse el lujo de las relaciones interpersonales. Si algo nos ha quedado claro con esa pandemia es que necesitamos interacción personal. Entonces, si podemos permitirnos ese lujo, ¿por qué prescindir de él?P: ¿Y qué consecuencias tiene en el aprendizaje?

P: ¿Y los adolescentes?

R: Hemos de ayudarles a no confundir la conexión wifi con la conexión humana. Tienen carencias de experiencias reales y humanas. El año pasado YouGov sacaba un estudio que demostraba que los milennials son la generación que se siente más sola en nuestra sociedad. El 27% no tiene amigos cercanos y el 30% no tiene un “mejor amigo” a pesar de pasar muchas horas al día conectados en redes. Los padres pensamos que cuando compramos los dispositivos les ayudamos a socializar, pero no es así. Darles un móvil con conexión a Internet cuando no están preparados a ello, no les ayuda a estar más en el mundo, contribuye a aislarles, les resta oportunidades de experiencias interpersonales reales y humanas. Para un adulto maduro y consolidado afectivamente, las redes sociales pueden ser inocuas. Pero los adolescentes tienen un concepto de sí mismos aun frágil y es más fácil para ellos entrar en unas dinámicas obsesivas por la validación de sus iguales, por el “me gusta”. Eso crea relaciones superficiales, frívolas.

P: ¿Cómo aplica esta política de reducción de pantallas en casa con cuatro hijos, adolescentes incluidos?

R: Que estemos en contra del abuso de las pantallas no implica que vivamos desconectados del mundo. En casa tenemos una tele que usamos para ver cine que nosotros seleccionamos y noticias puntualmente. Tenemos dos móviles con Internet y dos ordenadores, pero solo sirven para mi trabajo y el de mi marido. Durante el confinamiento, usamos un dispositivo adicional de forma excepcional para que cada uno supiera las tareas que tenía y lo usara el menos tiempo posible, en una franja horaria concreta y con supervisión. Y tenemos un móvil sin internet que a partir de los 14 años pueden usar para hacer llamadas cuando lo necesitan. No usan pantallas como ocio, salvo el cine, o para buscar recetas si cocinan, o para comunicarse por Skype con la familia de Canadá. Y nunca se han quejado porque tienen miles de aficiones en el mundo off line. En el confinamiento, mis tres hijos mayores han tenido dos horas al día con todas las explicaciones del profesor online y el resto de material en papel. Y muchísimas lecturas. Mi hija de nueve años no ha hecho nada online, todo en papel. Y eso nos ha funcionado muy bien, ha sido una oportunidad para crecer en autonomía y en responsabilidad.

P: ¿Cómo podemos plantear una respuesta educativa adecuada sin tecnología si nos vuelven a confinar?

R: Estamos ante algo muy excepcional y nadie tiene la respuesta perfecta. Tenemos que aprender a vivir con la incertidumbre viendo qué uso hacemos de las pantallas sin convertirlas en la escuela. Por ejemplo, las recomendaciones de las asociaciones de pediatras hacen una excepción y permiten videollamadas con personas con las que el niño tiene un vínculo de apego, después de que los estudios demostrasen que podía ser positivo que un niño se comunique por Facetime con un familiar cercano que, por motivo laboral, estaba fuera de su país. Esto podemos trasladarlo al ámbito educativo. En un vídeo de un profesor a sus alumnos no hay sonidos estridentes, ni algoritmos que decidan por ellos, y hay una relación previa con la persona. No me parece mal que, en una situación tan excepcional como es la de una pandemia global, un alumno de 13 años reciba dos horas de clase en grupos reducidos de materias básicas impartidas por un docente que ya conoce. Pero deben combinarse con algo analógico —leer y escribir en papel, hacer tareas que requieran atención sostenida—. Debemos dejar al margen las aplicaciones dirigidas por algoritmos y los vídeos de Youtube. Para introducir las tecnologías de forma masiva, algunos recurren al argumento de la conciliación durante el confinamiento. Pero uno de los problemas con los ejercicios online descontextualizados es que el niño siempre va a necesitar a sus padres. Si usa aplicaciones y no hay un maestro que actúe de intermediario para explicar la materia y que resuelva dudas en directo, el padre tiene que estar explicándole o ayudándole todo el rato y eso requiere que se convierta en maestro. Durante el confinamiento, algunos padres hemos tenido que improvisar el don de la bilocación.

P: Las administraciones han optado por la compra de dispositivos en España para reducir la brecha digital. Pero usted niega la existencia de esa brecha. ¿Por qué?

R: El argumento de la brecha digital asume que dotar masivamente de tecnología a los alumnos de entornos sociales más complicados mejora sus resultados académicos y por lo tanto reduce las desigualdades sociales. Los estudios demuestran justamente lo contrario: se da un incremento de las conductas abusivas de esta tecnología en entornos sociales más complicados.

P: ¿Cómo deberíamos entonces abordar esta situación?

R: Facilitar un dispositivo o Internet a quienes no lo tienen en tiempo de pandemia si van a estar tres meses encerrados no me parece mal si es solo para recibir clases online poco tiempo al día, bajo supervisión y el alumno tiene más de 11 años. Otra cosa sería digitalizar todo para siempre. En cualquier caso, hemos de ser conscientes de que la educación online es un drama en hogares con graves problemas donde hay violencia, abusos... Para esos niños, la escuela podría ser el entorno seguro que les dé una oportunidad de salir adelante. Los dispositivos no solucionan sus dificultades sociales ni su desventaja. En vez de invertir en soluciones tecnológicas cortoplacistas, las administraciones deberían centrarse en implantar las medidas de seguridad necesarias, e invertir en la reducción de las ratios y en proporcionar todos los medios a los centros escolares para que fueran seguros para poder garantizar la presencialidad en las aulas. La educación es un asunto humano, no tecnológico.


MANUAL PARA UNA EDUCACIÓN CON TECNOLOGÍA MENOS NOCIVA

El manifiesto propone algunas pautas para evitar los efectos nocivos de las Tecnologías Aplicadas a la Educación:

· Limitar el tiempo de pantallas. Utilizar la tecnología solo cuando sea necesario para la comunicación, colaboración, investigación o expresión creativa del aprendizaje del alumno. Se deben evitar las plataformas de aprendizaje adaptativo guiado por algoritmos, la gamificación y las aplicaciones similares que incorporan diseños persuasivos para retener conectados a los niños. 

· Dar mayor prioridad e importancia al papel del maestro. Los maestros y profesores involucran mucho mejor a los estudiantes de lo que lo hacen las Tecnologías Aplicadas a la Educación consiguiendo que el estudiante esté más motivado y haciendo el aprendizaje sea auténtico. Si fuera necesario el aprendizaje a distancia, éste debería inspirarse en las interacciones humanas y diseñarse garantizando un alto compromiso y participación con aprendizaje basadas en proyectos y vivencias reales que les permitan ser protagonistas de su educación. 

• Optimizar el aprendizaje sensorial, el formato analógico. Los estudiantes, especialmente los más pequeños y los que tienen necesidades especiales, aprenden mejor a través de las experiencias sensoriales, de modo analógico. Las escuelas deben optimizar ese modo de aprendizaje, incluso cuando los estudiantes están en sus hogares, con actividades estructuradas como la lectura de libros en papel, la escritura a mano, el arte, el movimiento, el juego al aire libre, los proyectos de matemáticas que guarden relación con el mundo real y la exploración de la naturaleza. 

• Apoyo a las familias. Si vuelve ha haber un confinamiento, las escuelas deben apoyar a las familias proporcionando libros físicos, y materiales que no todas las familias están en condiciones de conseguir. 

• Evitar las compras y las decisiones apresuradas durante la pandemia Puedan llevar a un uso excesivo de las Tecnologías Aplicadas a la Educación durante años, incluso tras la pandemia. En vez de ello debería apostarse por invertir en los educadores. 

• La privacidad sí que importa. Las escuelas tienen la obligación de evitar riesgos para la privacidad de sus estudiantes antes de contratar una plataforma o servicio para ellos. Deben evitar los servicios que no estipulen claramente quiénes podrán acceder a los datos personales de los estudiantes y con qué fines. Tampoco deben proporcionar plataformas o aplicaciones que contengan publicidad.


Wednesday, August 19, 2020

Saturday, August 15, 2020

Studio 54: 'The Best Party of Your Life'


By Vincent Dowd
BBC World Service, 26 April 2012

It's 35 years since Studio 54 opened in New York. It quickly became the best known nightclub in America, riding the wave of 1970s dance music and newly found personal freedom. It made vast amounts of money for its two young owners. But after three years the party came crashing to a halt.

"On a good night Studio 54 was the best party of your life," says Anthony Haden-Guest, who reported on the club as a journalist throughout its short existence. He says Studio 54 was the right club in the right city at the right time.

Women were thriving in terms of their sexuality and it was also a great time to be gay. There was no stigma inside Studio 54. "Everything was happening at the same moment: there was the woman's movement, the gay movement, ethnic movements of all kinds. The whole place was combustible with energy."

Studio 54 opened just off Broadway in April 1977. The building had originally been a theatre and later a CBS studio.

Steve Rubell and Ian Schrager already had a club in Queens called Enchanted Garden. But 1977 was the year of Saturday Night Fever and disco reigned supreme. The young men were certain that what worked in an outer borough of New York could work in central Manhattan too.

Celebrities by the dozen flocked to Studio 54 and long lines of would-be clubbers queued outside hoping to be admitted. Most would-be clubbers never got past the doormen at Studio 54 who were looking for the right mix of people - especially those with high energy. Celebrities from every walk of life could be found at this legendary nightclub, including the former first lady of Canada Margaret Trudeau.

"There was always a ton of people outside waiting to get in - people from all walks of life," says Myra Scheer, an early fan who later became Rubell's assistant. "Most never got in, but if you caught the eye of Steve or of (doorman) Marc Benecke suddenly a path opened up. "Beyond the velvet rope was what I used to call the Corridor of Joy. It had ornate chandeliers and everybody there was screaming with joy that they got in. You could hear the pulsating music as you walked through and then you turned left and there was this dance floor. Everybody on that floor had the energy of being a radiant star."

Benecke can still recall how desperate people were to enter the club. "At one point you could buy maps which claimed to show how to get in through tunnels up from the subway system. It was crazy. Naturally people tried good old-fashioned bribery but that didn't work. Then I'd say to them they should go and buy the exact same jacket I was wearing - forgive me but I was only a teen at the time. And they'd go to Bloomingdale's and buy it and still they wouldn't get in."

"But if you were just dressing up in costume to get through the door, it showed you probably weren't the right person. We were looking for people with high energy," he says.
Looking great did not guarantee entry. "What we really wanted was the mix."

Haden-Guest says owner Steve Rubell had a sense for who ought to be on the dance floor on a specific night. "Every time was different. It was like a salad bowl - they might let in some straight-looking kids from Harvard, but then they'd also want a bunch of drag queens or whatever. Often it was surprisingly relaxed."

He said it would be impossible to run the club's VIP room today when a photo taken on phone can be spread around the world in an instant. But the VIPs were photographed and often. The list is long and included Calvin Klein, Truman Capote, Liza Minnelli, Robert Mapplethorpe, Elizabeth Taylor and Andy Warhol. Other regulars are perhaps more surprising: Benecke recalls the classical pianist Vladimir Horowitz turning up regularly with his wife Wanda. "He always wore ear-plugs. He hated the music but he loved watching the people."

Scheer recalls Andy Warhol saying the club was a dictatorship at the door but a democracy inside. "There was no A-List or B-List or C-List. We came after the pill arrived and before Aids had a name. Women were thriving in terms of their sexuality and it was also a great time to be gay. There was no stigma inside Studio 54."

The club soon had a reputation as a place where physical intimacy needn't be limited to the dance floor. Benecke insists the sexual free-for-all has been exaggerated.
"They had a place called the Rubber Room upstairs. You would go up there and sure there might be couples having sex - but only one or two."

Haden-Guest was a regular visitor to what some assumed was a non-stop Bacchanalia of sex and drugs. But he thinks the amount of drugs taken has been overstated. "I had a wonderful time in disco culture but drugs played an extremely minor part. I think most people were just there to dance and have a good time."

The club's sudden end had less to do with public morality than with the fact that huge amounts of cash had gone undeclared for tax purposes. In 1980 Rubell and Schrager were sentenced to jail.

Attempts were made to revive the Studio 54 brand but the party was over. Steve Rubell died in 1989 and today, at 65, Ian Schrager is a successful hotel owner.

Looking back, Benecke wonders if the club's heyday had already passed when it closed. "The tax problems certainly speeded up the demise. But as a society we were changing into Punk and New Wave right after that. So Studio 54 would have had to change a lot to carry on at the same level of success."

Last year Studio 54 Radio launched on satellite in the US. It plays the hits of the disco era and Benecke and Scheer have a show discussing the old days. "It's like we have Class of 54 Reunions," says Scheer. "Because we went to the coolest high school. Modern kids spend so much time texting or tweeting or getting on YouTube. But we were in the moment. We were really there."

Wednesday, August 05, 2020

The Death of Conversation

By Damon BeresThe Huffington Post, 2 August, 2015

It looks like smartphones really have killed the concept of "idle time." Last year, photographer Babycakes Romero captured an array of images showing people glued to their mobile devices when they could otherwise be having a conversation, enjoying dinner or simply staring into space. The series, titled "The Death of Conversation," was published on Bored Panda and ultimately led to a TEDx Talk.
In the time that's passed since he first published the photo series, Romero says the smartphone problem -- as he sees it -- has only gotten worse.
"As smartphones encompass more and more of people's lives, everyone is turning to them more and more as every aspect of their existence has been digitized and made accessible to them 24/7," Romero told The Huffington Post via email.
You've probably noticed something like this in your own life: You're at dinner with someone, there's a lull in the conversation, and suddenly both of you are checking your smartphones. Romero says the devices become an excuse to hide a "lost connection" between people.
"It is sad that this technology which was supposed to connect people is making them disconnect from each other in person," Romero told HuffPost.
Agree or not, his photos offer pretty striking evidence that people everywhere are hooked on their smartphones. Take a look for yourself by clicking on the Bored Panda link above.

A Shitstorm, by cartoonist Max


A shitstorm (online bullying) happens when, as we say in English, the shit hits the fan. Beware of what you tweet, as internet trolls seem to lead a rather boring life! See related article: Los nuevos "inquisidores" acechan en la red, by Javier Salas