Por JORDI SOLER
Estamos en la era de la opinión. La Red ofrece una multitud de tribunas desde las que cualquier ciudadano puede opinar, públicamente, de cualquier cosa. La compulsión de opinar ha arraigado de tal forma en el siglo XXI que hoy es posible opinar públicamente incluso aunque no haya un público que reciba nuestra opinión.
Opinar es parte de nuestra naturaleza, desde luego, pero nunca la opinión del ciudadano común había tenido tanto impacto en la realidad. No solo todos tienen el derecho de opinar en la Red, también se les alienta permanentemente a hacerlo; el político pide la opinión de sus simpatizantes para orientar su programa, de la misma forma en que quien vende lavadoras o gomina para el pelo pide a su clientela que opine para mejorar, y mejor vender, su producto. Hoy la calidad de un objeto, de una obra, de una persona, se mide, sobre todo, por la cantidad de likes u opiniones positivas que consiga sumar.
Podría decirse que en la Red, y esto es tanto como decir que en la vida real, se ha establecido una suerte de hiperdemocracia: nada se mueve sin la voluntad del pueblo y uno de los efectos de esta novedosa situación es que el sabio de la tribu, esa figura milenaria que hasta hace poco nos iluminaba con sus conocimientos, está siendo desplazado por la opinión masiva de la tribu.
La música, las películas, los libros son valiosos porque proponen una nueva mirada sobre el mundo, porque nos enseñan a pensar y a reflexionar de otra manera
Veamos el caso sintomático y muy reciente de los nuevos vinos que se están produciendo en el Estado norteamericano de California. Cada vez son más los viñedos que diseñan sus caldos de acuerdo a los gustos de la clientela; los enólogos ya no proponen el vino que les dicta su sabiduría y su inspiración, sino el que les dice la opinión, vertida permanentemente por la clientela en la Red; de esa opinión, de la que sale una información minuciosa y precisa sobre las preferencias de la colectividad.
El resultado es un vino rigurosamente popular, con un éxito contundente en el mercado, que difiere radicalmente de lo que un conocedor o un enólogo llamaría un buen vino, pues del promedio de los gustos de la clientela sale un caldo dulzón y poco sofisticado. Los vinos diseñados a golpe de opinión no son buenos y sin embargo van a terminar imponiéndose en el mercado porque cuentan con una base más amplia de clientes, esos que antes no estaban interesados en el vino, y esto los convierte en más rentables que los vinos diseñados por un experto, por un sabio que propone a partir de sus conocimientos.
Como el futuro se inventa hoy en California, lo que está sucediendo con estos vinos va a empezar a pasar en el resto del mundo, como ya pasa con las películas y las series en Netflix y con la música en Spotify, dos plataformas que prescinden de la opinión del sabio y que proponen obras a partir de la suma de opiniones que los clientes han emitido previamente.
Así como el enólogo, el crítico de cine y el de música empiezan a ser desplazados por la opinión de la colectividad, también el librero, el experto que jerarquiza los libros en las librerías, empieza a perder terreno con la reciente inauguración, en Nueva York, de la primera tienda física de la cadena Amazon. En esta librería, como ha sucedido tradicionalmente en su página web, la distribución de los libros, su visibilidad en las mesas y en las estanterías, obedece no al valor de las obras, sino al promedio de las opiniones conocidas de los clientes.
La opinión de la tribu produce artefactos populares que se venden muy bien pero que, al reflejar por fuerza el gusto de la medianía, reducen el horizonte de las obras, entre las cuales incluyo, desde luego, a los vinos. La medianía que genera la opinión popular, vertida en la Red como único baremo, nos escatima el horizonte, reduce nuestras posibilidades de elección y nos empobrece. Pero también, si estamos atentos, nos invita a buscar más allá del dictado de la multitud.
La música, las películas, los libros son valiosos en la medida en que se separan de la medianía, son importantes porque proponen una nueva mirada sobre el mundo, porque nos enseñan a pensar y a reflexionar de otra manera. Precisamente son valiosos porque no son la voz de la tribu, sino la del sabio que propone un nuevo camino.
Jordi Soler es escritor.
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