Por CARLOS MARTÍN GAEBLER
Diario de Sevilla, 21 de febrero de 2017
Se nos dice a menudo que nuestros jóvenes son la generación mejor formada de la historia de nuestro país. Como educador, yo añadiría una matización importante: la generación mejor preparada tecnológicamente. Quienes me conocen saben sobradamente que no soy ningún tecnófobo, pero, a ver, ¿saben los nativos digitales distinguir entre “haber” y “a ver”, entre “sino” y “si no”? ¿Saben quienes están constantemente conectados a la red acentuar palabras, usar comas y puntos, y deletrear correctamente su propio idioma? ¿Leen textos elaborados? ¿Conocen el rico vocabulario de su lengua materna? ¿Saben los nativos digitales elaborar una opinión o un pensamiento con más de 140 caracteres? ¿Saben discernir entre información e infoxicación? ¿Han leído algún poema de Lorca o algún capítulo de El Quijote? ¿Han estado siquiera cinco minutos delante del Guernica o de Las meninas mirándolos al natural? ¿Saben mirar un cuadro, y no simplemente fotografiarlo? ¿Han escuchado a Camarón o a Golpes Bajos? ¿Conocen los nombres de las plantas y de los árboles de su pueblo o de su ciudad? Inmersos como están en la cultura audiovisual imperante, ¿les suena el nombre de Luis Buñuel? ¿Saben distinguir entre telebasura y televisión de calidad? ¿Entre Sálvame y Salvados?
Se nos dice a menudo que nuestros jóvenes son la generación mejor formada de la historia de nuestro país. Como educador, yo añadiría una matización importante: la generación mejor preparada tecnológicamente. Quienes me conocen saben sobradamente que no soy ningún tecnófobo, pero, a ver, ¿saben los nativos digitales distinguir entre “haber” y “a ver”, entre “sino” y “si no”? ¿Saben quienes están constantemente conectados a la red acentuar palabras, usar comas y puntos, y deletrear correctamente su propio idioma? ¿Leen textos elaborados? ¿Conocen el rico vocabulario de su lengua materna? ¿Saben los nativos digitales elaborar una opinión o un pensamiento con más de 140 caracteres? ¿Saben discernir entre información e infoxicación? ¿Han leído algún poema de Lorca o algún capítulo de El Quijote? ¿Han estado siquiera cinco minutos delante del Guernica o de Las meninas mirándolos al natural? ¿Saben mirar un cuadro, y no simplemente fotografiarlo? ¿Han escuchado a Camarón o a Golpes Bajos? ¿Conocen los nombres de las plantas y de los árboles de su pueblo o de su ciudad? Inmersos como están en la cultura audiovisual imperante, ¿les suena el nombre de Luis Buñuel? ¿Saben distinguir entre telebasura y televisión de calidad? ¿Entre Sálvame y Salvados?
Cabría también hacer preguntas de otra índole. ¿Saben los nativos tecnológicos mantener la mirada cuando hablan con su interlocutor? ¿Saben atender al otro cuando les hablan, ya sea un profesor, un paciente, un cliente o su propia pareja?¿Saben decir buenos días, gracias o por favor cuando interactúan oralmente con otro humano (y no con una pantalla)?¿Saben prestar atención durante una conversación sin sentir la necesidad de chequear su móvil a cada rato? ¿Saben ver una película en el cine sin encender repetidamente la pantalla lumínica de su teléfono? ¿Saben ponerse en el lugar del otro y respetar los momentos cuando no hay que activar un dispositivo electrónico? ¿Saben simplemente levantar la mirada de la pantalla para ver la vida pasar? ¿Saben disfrutar de un paseo en bicicleta sin que les asalte el miedo a perderse algo (MAPA) en su red de contactos o a verse sin móvil (nomofobia)? ¿Saben conducir un vehículo sin desviar la mirada de la carretera para mirar o teclear simultáneamente un mensaje en su regazo?
Por otro lado, ¿asesoran los padres y madres a sus hijos e hijas hipertecnologizados sobre cuándo estar conectados y cuándo no? ¿Saben moverse por el mundo físico sin confiar ciegamente en un GPS que no siempre es fiable? ¿Saben preguntar por una dirección a otro humano por la calle? ¿Saben disfrutar de una comida sin estar empantallados (feliz expresión de la escritora Elvira Lindo), sin mirar constantemente una pantalla? ¿Saben los nativos digitales salir del nuevo armario que para algunos es el ciberespacio? ¿Saben quién fue, qué hizo y que dejó de hacer Franco? ¿Saben los nativos digitales cómo superar su pánico a sentirse desconectados por un rato? ¿Saben los nativos digitales, esclavos mudos de la dictadura de las pantallas hasta en la cama, prescindir de la tecnología, cuando toca hacerlo? Y, por último, ¿saben esperar?
Me hago esta última pregunta porque, hoy en día, en estos tiempos líquidos que nos ha tocado vivir, que diría el maestro Zygmunt Bauman, la velocidad del mensaje parece importar más que el mensaje mismo. La incesante proliferación de informaciones sin contrastar que circulan por la red es cada vez más preocupante. Una reciente viñeta de El Roto mostraba a un individuo mirando pasmado informaciones en una pantalla destelleante. La leyenda que acompañaba a la viñeta rezaba: “¡Todas son mentiras! ¡Pero son gratis!” Estamos ante un circulo vicioso que es necesario romper: no se lee con sosiego porque se ha perdido la paciencia para esperar, y no se sabe esperar porque no se sabe leer de forma sosegada. En la emocionante videocarta que el joven profesor sevillano de EGB Pablo Poó Gallardo ha publicado recientemente en YouTube (y que no tardó en hacerse viral) éste les decía a sus alumnos suspendidos que una mente cerrada es muy fácil de manipular porque sólo tiene una puerta y les reprochaba su desinterés por ilustrarse y que carecieran de referentes culturales para comprender el mundo en el que viven, lo que lastra, entre otras, su capacidad de comprensión lectora. Las nuevas tecnologías de la telecomunicación que tenemos a nuestro alcance son herramientas maravillosas, pero la tecnodependencia adictiva está demostrando ser, sin lugar a dudas, un factor de desculturización creciente. cmg2017
19 comments:
Olé, Carlos! Lo acabo de leer. Magnífico y hacía mucha falta que alguien lo dijese. ¡Bravo!
El sistema educativo se ha degenerado mucho, no por culpa de los profesores sino por los padres, que han hecho dejación de sus funciones de su obligación de educar. Los profesores son unas víctimas del sistema y hasta que las familias no retomen sus obligaciones la educación en España no va a ir bien.
El mundo está cambiando, cada vez somos capaces de tener más información. Pero debemos distinguir entre información y conocimiento, porque la información es pasajera y el conocimiento permanece. Normalmente, el conocimiento se obtiene gracias a un trabajo realizado, la información la podemos obtener en cuestión de segundos gracias al 4G. Los más jóvenes nos hemos acostumbrado a la brevedad, a tener la información de forma directa a golpe de clic. Esto anula casi por completo nuestra paciencia en cuanto a la búsqueda de detalles. De hecho, los pocos libros que se leen en la actualidad por la inmensa mayoría de jóvenes carecen de descripciones. A la mayoría de jóvenes no nos interesa la habitación en la que asesinan a alguien, somos capaces de prescindir de ello, pues nuestra impaciencia, provocada por el teléfono móvil, nos lleva a buscar directamente quién ha matado a un personaje. Únicamente nos interesa la acción. Esto nos lleva a despreciar mucha literatura, de hecho me atrevería a decir que la mejor, pues bien conozco que como de verdad se disfruta un historia es sumergiéndose en ella. En definitiva, los que nacimos con el wifi en casa debemos saber decir basta, coger un libro y aprender a disfrutar con la literatura de toda la vida.
"El descenso de los hábitos de lectura de un pueblo implica un auténtico retroceso mental de la sociedad. Disminuye su imaginación creadora, su inteligencia y su sensibilidad". La frase es de Ibáñez Langloise, un poeta chileno con el que estoy totalmente de acuerdo. Como educador constato que los alumnos aficionados a leer encuentran menos dificultades en sus estudios, sacan mejores notas y suelen ser más maduros. Es lógico; la lectura mejora la ortografía, el vocabulario, la expresión escrita y la oral, proporciona cultura y ayuda a pensar. Y quien piensa es capaz de interiorizar valores. Además, puede contribuir al conocimiento de la verdad, la consecución del bien y a la apreciación de la belleza, todo lo cual nos ayuda a perfeccionarnos como seres humanos. Por otro lado, la lectura es el mejor antídoto contra el aburrimiento. Uno de los retos más apasionantes que tenemos los padres y los educadores es el de fomentar la lectura en nuestros hijos y alumnos. ¿Cómo? Leyendo más nosotros mismos; es el ejemplo el que arrastra, pues sólo se transmite lo que se vive.
Vivimos en la intoxicación (sobrecarga informativa) y en la posverdad, recibimos mucha información, nos creemos todo, y es difícil que tengamos tiempo y capacidad para formarnos nuestro propio pensamiento crítico.
El auge de los medios sociales como blogs y redes sociales ha creado un nuevo perfil de personalidad influyente: el “influencer” Los “likes” condicionan cada vez más las vidas de las personas en las redes sociales. Se han convertido en algo cotidiano y, de alguna forma, todos nos sentimos esclavizados por el éxito de lo que publicamos. Lo buscamos sin darnos cuenta. Ello ha dado lugar a la aparición de “influencers”, cuyo único mérito, en algunos casos, es tener un gran número de seguidores que le dan “likes” a sus publicaciones. Se han convertido en un modelo a seguir para muchos jóvenes, al convertirse de la noche a la mañana en personajes públicos. Mientras antes alguien era un modelo a seguir tras años de esfuerzos y sacrificios hasta conseguir situarse en el arte, la música, la ciencia, la empresa,… Ahora todo debe suceder rápido y en muchos casos sin esfuerzo. En este entorno tecnológico, a veces es difícil educar a los hijos en la cultura del esfuerzo continuado para conseguir las metas y en la resiliencia para superar las dificultades. Todo debe suceder con rapidez y gustar a muchas personas. Y si acaba de repente es difícil de gestionar. ¿Qué hacer si tu hijo te dice que de mayor quiere ser “influencer”?
PD: Podría decirse que, por regla general, los nativos digitales, tecnológicamente sofisticados, son individuos culturalmente primitivos.
Los adolescentes actuales padecen la arrogancia de la ignorancia y se creen muy maduros porque sus relaciones sociales son extravagantes y continuamente se realimentan de estímulos inadecuados para su etapa de formación. Mi abuelo decía: "cuando un árbol se tuerce, lo puedes enderezar mientras es pequeño, cuando se hace grande solo lo enderezas cortándolo".
El problema que tenemos hoy en día es que muchas personas, entre ellas los jóvenes, se están educando en la inmediatez de la información a través de los móviles y las redes sociales y así es muy difícil crear una reflexión a través de unos cuantos caracteres. Por ello, veo necesaria la “alfabetización mediática de la ciudadanía” a través de la inclusión en los programas de estudio de los colegios e institutos de actividades en torno a un diario escolar, o en fomentar el debate sobre noticias en los medios y en los diarios tradicionales, de manera que se vaya creando un público que se acostumbre a leer periódicos y sea capaz de reflexionar sobre la ingente cantidad de informaciones que recibimos hoy en día.
A los gobernantes no parece importarles un planeta lleno de analfabetos virtuales y de ignorantes profundos. Al contrario, lo propician por todos los medios, con unos planes de educación cada vez más “lúdicos” y más lelos, en los que se prima lo estrictamente contemporáneo, es decir, lo efímero y fugaz, lo obligatoriamente sin peso ni poso, lo forzosamente necio y superficial. Hace ya décadas que se crean sujetos para los que el mundo empieza con su nacimiento, a los que les trae sin cuidado saber por qué somos como somos y qué nos ha traído hasta aquí; qué hicieron nuestros antepasados y qué pensaron las mejores mentes que nos precedieron. Para colmo, se ha convencido a estos cerebros de conejo de que son “la generación mejor preparada de la historia”, cuando probablemente constituyan la peor, con frecuencia primitivos atiborrados de información superflua y sólo práctica.
La incapacidad de fijar la atención es la gran carencia de una nueva generación con fotos en las redes, pero sin memoria.
Entre la tecnología o un buen profesor para mis hijos, eligiría lo segundo.
Hasta un 12% de los alumnos tienen problemas de atención. El uso de móviles está dificultando la atención voluntaria. Al mirarlo y volver a la tarea podemos perder hasta el 40% de la información que manejábamos. Es una especie de hacer y deshacer. Un síndrome compulsivo, si no miran la pantalla cada tres o cuatro minutos empiezan a sentir una especie de angustia. Eso es un disparate completo. Ese trajín puede ser de 300 o 400 veces al día. Hay mucha gente que no es nativa digital y empieza ahora por el móvil a tener dificultades para leer un texto medianamente largo. Eso es un empobrecimiento intelectual absoluto y dramático.
Nuestros estudiantes son incapaces de interpretar y valorar la información más básica. Van ciegos y perdidos bajo el diluvio de datos en el que vivimos, un guirigay gritón y confuso que aturde al más templado y que puede desarbolar por completo a quienes están tan mal preparados como ellos. Eso sí que es un fracaso educativo. Un fracaso que se veía venir, porque estamos hablando de quinceañeros, pero hay muchos adultos con la cabeza igualmente llena de serrín. No sólo debería crearse una nueva asignatura en los colegios que enseñara a los niños y niñas a discriminar las falsedades, a desarrollar espíritu crítico y moverse por la selva de noticias falsas, sino que también habría que poner clases nocturnas de repesca para mayores.
Padres, madres, procurad que vuestros hijos e hijas no se inmovilicen con sus móviles.
Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura, o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate. Los analfabetos de hoy son los peores porque, en la mayoría de los casos, han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir, pero no ejercen. Cada día son más y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos. La televisión cada vez se hace más a su medida. Las parrillas de los distintos canales compiten por ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura, que quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los crímenes más brutales o con los más sucios trapos de portera. El mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría. Todo es superficial, frívolo, elemental, primario, para que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Esos son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre será la clase dominada, precisamente por su analfabetismo y su incultura. La que impone su falta de gusto y sus morbosas reglas. Y así nos va a los que no nos conformamos con tan poco. A los que aspiramos a un poco más de profundidad.
Thanks to good transport services, we can easily meet a friend who lives across town. But even when we get together, we seldom give this friend our undivided attention because we constantly check our smartphone and our Facebook account, convinced that something far more interesting is probably happening elsewhere. Modern humanity is sick with FOMO (Fear Of Missing Out) and, though we have more choice that ever before, we have lost the ability to really pay attention to whatever we choose.
Al respecto, no debemos olvidar que los mileniales son la primera generación cuyo origen cultural es Internet.
El gran fracaso de la Transición ha sido la educación. Llevamos dos o tres generaciones machacando el uso del lenguaje y de esa forma destrozas el pensamiento. Lo veo con mis alumnos en clase. Y si no sabemos utilizar el lenguaje, ¿cómo vamos a definir qué nos pasa? Hacemos aguas.
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