Por JOSE ANDRÉS ROJO
Tienen razón todos los que se lamentan. El negocio del libro no va bien. Cada vez resulta más difícil agotar las tiradas de las ediciones, y eso que se han reducido considerablemente. En estos tiempos de penurias económicas, además, no está entre las prioridades de nadie acercarse a una librería para gastar unos euros en esos cachivaches de papel que, para tantos, forman ya parte del pasado. También está lo de la piratería y la competencia desleal de las nuevas tecnologías. Más cosas: ¿quién tiene tiempo hoy para zambullirse en una novela o para liarse en los vericuetos de un ensayo o para andarse con un montón de versos que tratan de vanos amoríos o del desastre de vivir? Claro que hay razones para lamentarse. Alguna más: ¿qué pinta un libro si con el móvil se puede recorrer el mundo en un instante, recibir la mejor información, acceder a los análisis más sesudos, encargar las mejores viandas o establecer vínculos con las damas y los caballeros más competentes, guapos e inteligentes?
(…) George Steiner, unos de los maestros de la crítica literaria, se ocupó en su ensayo Pasión intacta de una obra de Chardin, el fínísimo artista francés del siglo XVIII, en la que retrata a un filósofo leyendo. Paso a paso, va reflexionando sobre cada uno de los elementos que aparecen en el cuadro e intenta de ese modo explicar lo que significa la honda felicidad de leer. Es verdad que se refiere a un filósofo y, por tanto, a alguien familiarizado de sobra con los libros.
Sea como sea, hay un detalle que hoy resulta particularmente significativo. Steiner llama la atención sobre lo bien vestido que va el personaje del cuadro y observa que, cuando Chardin pintaba, la lectura se entendía como “un encuentro cortés”. Una oportunidad que no podía dejarse al azar, por tanto, y a la que convenía presentarse de manera impecable. Luego entra en otras consideraciones y apunta que, para Chardin, leer “es un acto silencioso y solitario”.
Y es verdad. Con demasiada frecuencia se pretende disfrazar el acto de leer con la fórmula que pueda estar más de moda: el entretenimiento, el suspense, la utilidad, la excitación, cualquier suerte de refinamiento especial. Pero al final de todo, leer no es más que eso: apartarse del ruido y entrar en otro mundo habitado por palabras. Siempre toca hacerlo solo y con tiempo, eligiendo la lentitud frente a la velocidad de nuestras circuntancias.
Merece la pena. Ese “acto silencioso y solitario” está tan lleno de riquezas y placeres que quizá tenían razón aquellos antiguos cuando se esforzaban en arreglarse para vivir un momento tan especial. (El País, 30 de mayo de 2015)
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