ÁLEX GRIJELMO
El País, 18 de agosto de 2013
La selección española suele contar en su equipo titular con Xabi Alonso y Xavi Hernández, vasco de Tolosa el jugador madridista y catalán de Terrassa el azulgrana. No pudieron jugar juntos en la Copa Confederaciones que se disputó el pasado junio, porque el tolosarra sufría una lesión, pero lo han hecho en innumerables ocasiones y —por el bien del fútbol— esperemos que coincidan muchas veces más.
La semejanza que algunos locutores han percibido en sus nombres y la búsqueda incesante de la originalidad en el periodismo han dado lugar a que en ciertas ocasiones se hable de “los dos Xabis” (¿o “los dos Xavis”?) en algunas emisoras que ofrecen de esta forma la alineación correspondiente a la zona medular: “En el centro del campo, los dos Xabis”.
Salvando todas las distancias, y con el respeto que merecen ambos futbolistas, el problema se parece a aquel chascarrillo según el cual una vaca viajaba subida en la baca y al accidentarse el coche se caían las dos. ¿Las dos bacas? ¿Las dos vacas?
La respuesta adecuada indicaba que no se podía hablar ni de bacas ni de vacas, pues se trataba no solo de dos significados diferentes sino también de dos significantes distintos. Baca y vaca constituyen un claro ejemplo de términos que técnicamente se llaman “parónimos”: vocablos “que tienen entre sí relación o semejanza, por su etimología o solamente por su forma o sonido”. Y que no por ello son sinónimos.
Así sucede con Xabi y Xavi. Y también con Javi, porque la España plural disfruta de un fútbol tan rico que su calidad y variedad se extiende incluso a las formas léxicas. En el equipo conviven, con la contribución del navarro Javi Martínez, tres maneras distintas de expresar el mismo nombre en tres lenguas españolas.¿Diremos algún día que coinciden en un partido de la selección “los tres Javis”, “los tres Xabis”, “los tres Xavis”?
El motivo de que Xabi se escriba con “be alta” y Xavi con “ve baja”, según designan a estas letras en América, no tiene relación alguna con la estatura de cada uno de ellos, como oí una vez a alguien que hablaba con buen humor. La escritura es distinta porque se trata de dos palabras de dos idiomas diferentes. En euskera la grafía correcta del apócope que en castellano escribimos “Javi” precisa de una equis y una be. Y en catalán, la be se torna una uve.
Esos dos nombres ni siquiera tienen la misma pronunciación, hecho al que debieran atender con más mimo (y mayor respeto a nuestras lenguas) algunos narradores deportivos: el “Xabi” vasco suena más a Sabi; mientras que el catalán anda cerca de la pronunciación Chavi. Pero oímos con frecuencia “Sabi Hernández” y “Chavi Alonso”, sin mayor criterio. Igual sucedería con dos jugadores que se llamasen “Charles” y “Carlos”. ¿“Los dos Charles”, “los dos Carlos”? No, estamos ante dos palabras y dos lenguas distintas. La confusión se extiende a otros nombres vascos o catalanes, como Mikel y Miquel (llana aquella palabra en euskera, aguda esta en catalán).
Hace muchos años que convivimos en los medios de comunicación con nombres propios del catalán, el gallego y el euskera. Antaño casi nadie se llamaba en público Agustí, Brais o Ander, ni mucho menos en el registro. Incluso un periódico de Madrid castellanizó durante años, ya en plena democracia, los nombres propios de persona de otras lenguas españolas: “Miguel Roca” en vez de “Miquel Roca”, por ejemplo.
Los nombres de pila ajenos al castellano suelen ocasionar dificultades a quienes hablan en la radio o la televisión. Cuántas veces hemos oído “Ártur Mas” con acentuación llana en el nombre de pila pese a que corresponde aguda, pues no se trata de un inglés sino de un catalán. O Róbert donde procede “Robert” (en este caso con mayor intensidad en la última sílaba).
Tal vez resulte interesante para la mejor convivencia de las culturas peninsulares, y sin desdén alguno hacia las insulares, que todos conociésemos algunos rudimentos de las lenguas autonómicas: que los castellanohablantes supiéramos, por ejemplo, contar hasta diez en catalán o en euskera o en gallego, o decir “buenos días” y “buena suerte”, o “hasta mañana” y “feliz Navidad” o “feliz cumpleaños” en cualquiera de esos idiomas; o “felicidades por la victoria de tu equipo ayer”.
Quizás para algunas generaciones resulte algo difícil a estas alturas, pero al menos los periodistas que han de citar a diario nombres propios en catalán, gallego o euskera sí pueden, si así lo desean, afrontar el esfuerzo de saber bien cómo se pronuncian. Y tal vez no sea mala idea que los maestros de toda España ocupen algunos ratos de sus clases —incluso a iniciativa personal— para impartir ciertas nociones sobre esos idiomas y sus palabras más usuales. (Quizás muchos ya lo hacen). Quién sabe si así todos sentiremos más nuestras las otras lenguas que, en tanto que ciudadanos de una nación rica en culturas, también podemos considerar como propias.
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