Por Antonio Muñoz Molina
El País Semanal, nº 1.814, domingo, 3 de julio de 2011
... Por encima de los malentendidos y los estereotipos, una realidad se impone: cuando americanos y españoles se encuentran de verdad, de uno en uno, suelen llevarse muy bien. Ayuda quizás la falta de formalidad, la disposición efusiva. Y por el lado español todo lo hace más fácil el grado de americanización más o menos inconsciente de muchas costumbres que hasta los más furiosos antiimperialistas han adoptado como propias, empezando por el mimetismo exacto en los lenguajes de la corrección política, traducidos literalmente del inglés. Lo paradójico del antiamericanismo español es su perfecta compatibilidad con la adhesión apasionada a algunos de los rasgos más insalubres de la cultura de consumo americana: los grandes centros comerciales, la comida basura, las bebidas carbónicas muy azucaradas, el cine más aparatoso y más vulgar, el juvenilismo bobo de las series menos interesantes de la televisión. La calamidad del doblaje lo agrava todo, al infectar el idioma, de modo que la sólida ignorancia nacional del inglés no estorba la degradación del castellano. Un país en el que las verduras se llaman vegetales y las detenciones arrestos, en el que la gente entra al cine abrazada a un macetón de palomitas y los cronistas de los periódicos escriben imitando las malas traducciones de novelas policiales o los doblajes de las películas -el tipo era un jodido perdedor, por ejemplo está claro que en el fondo no se toma muy en serio su antiamericanismo.
Nuestro talento para imitar exclusivamente lo menos interesante o saludable de una cultura no impide, sin embargo, que seamos capaces de admirar lo mejor de ella cuando lo encontramos de cerca, sin la interferencia de los prejuicios y los lugares comunes. Acostumbrados a las escalas reducidas de nuestro país, a una naturaleza casi siempre muy domesticada, la amplitud de los paisajes de Estados Unidos, la pura sensación del espacio, la desmesura de las obras humanas y de los dones naturales, provocan siempre en nosotros un asombro entusiasta. Un español se aclimata bien a la disciplina americana del trabajo, y responde en seguida a la cordialidad y a la exigencia que allí suelen ser simultáneas. Afligidos por la indigencia cívica, por la falta de estímulos y el poco respeto a lo bien hecho que son comunes en nuestro país, los españoles reaccionan con agradecimiento y eficacia en un entorno más favorable al esfuerzo y al mérito. No es que en Estados Unidos no haya cinismo, envidia o desgana: es que no tienen prestigio.
Casi en la misma medida, hay virtudes españolas que les sientan muy bien a los americanos, y que alimentan ese amor incondicional de muchos de ellos hacia nuestro país: una cierta sensualidad en el disfrute de la vida, una mayor fluidez entre los placeres y las obligaciones, una riqueza de afectividades que les sirven para mitigar una entrega excesiva al trabajo, a la competitividad, al individualismo. En Estados Unidos un español aprende a tomar conciencia de la responsabilidad personal en el cumplimiento del trabajo y de los derechos y los deberes cívicos, no en las abstracciones verbosas de la política o de la ideología, sino en la inmediatez de la vida práctica. También aprende algo que varios siglos de ortodoxia católica obligatoria, aislamiento y absolutismos políticos nos hace muy difícil aceptar en la práctica: que las ideas, las creencias y las costumbres de otros son tan legítimas como las nuestras, sin más límites que los del imperio de la ley, que está hecha de unos cuantos acuerdos básicos, tan sagrados como las innumerables diferencias que amparan.
Y en España un americano aprende una cierta dulzura y flexibilidad de la vida, un grado mayor de confianza en lo imprevisto, y en un modelo de organización social en el que algunas instituciones públicas pueden garantizar los bienes básicos de la educación y la salud con más justicia y hasta con más eficacia que la iniciativa privada. Y también aprende a armarse de una paciencia inmensa hacia los lugares comunes que escuchará cada día sobre su país.
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