NEW STATESMAN, 19 March 2007
Pop music provides a national identity based on creativity rather than hatred
Last month I took my twin 13-year-old sons to see the Black Keys at the Shepherd's Bush Empire. The Keys are two American guys, one on drums, the other on guitar, and they make a mean, dramatic and impressive noise. (...) The boys, who are uninterested in most adult things, were mesmerised by the show. They considered the evening to be "sick", watching the guitarist and drummer carefully and talking to one another about what the musicians were doing. It was the usual rock'n'roll experience: sticky carpets, the toilet cistern leaking on your head, people taking your seat, the boredom and excitement of waiting for the band to appear, and a headache at the end. But during the gig I recalled a quote from Jann Wenner, the founder of Rolling Stone magazine, who said something like: "I recognised that the most talented of my generation were going into music, so I did, too." Wenner was acknowledging the truth, something I've known since my teens. Music has been the most interesting, significant, liberating and sexually compelling cultural force of my time - and the most lively, gifted and attractive people went into it. Alas for the talentless and shy.(...)
Like most of my generation, I've spent more time listening to music than I have spent reading. Pop is the cultural form I have in common with most of my friends and certainly, as I'm discovering, with the kids. Luckily, after listening to hip-hop for a couple of years, my sons turned to American rock, and then to British pop and rock. I became interested in music again through them. Otherwise I'd feel a little embarrassed liking the Kooks and the Streets, as if I should have grown out of it.
When music hall died after the war, reappearing on television as variety, pop took its place on the stages of those old theatres. During the 50 years I've been alive, this country has continued to produce masses of high-class music, as well as absorbing and reinterpreting American music and saturating its youth in the leery attitudes that accompany it.
Pop is the cry of the "outsider" - free speaking to a large audience. It has done more to remake British identity than any other form, and the spirit of punk still inspires it. British music has always been mixed up in all senses. It is a democratic form, and it is multicultural; it has been black and Asian, working-class, middle-class, gay and lesbian. If I find myself talking to the kids about this, it is because this is their history, too, and something they might like to know about - indeed, probably should know about, as an alternative education.
The present commitment and fervency of religious believers is disconcerting, impressive and daunting, making us wonder what it is we believe. Our own lack of such belief might make us slightly ashamed. However, if such commitments are more or less unavailable to us, there are others which are, though they are less tangible and authoritarian, less of a programme, and more about feeling and self-expression. However, that which makes an identity - perhaps the most important part of it - might be something that, as The Who put it, you "can't explain", that is put beyond the refinement of language.
Pop still represents the voices of those who are not normally listened to, and there remains something subversive and obscene about it. The odour of cheap sexuality, drugs and drinking, as well as desperation and people going mad, reminds us that pop is, ultimately, about the deepest and most important things: anarchic enjoyment and bodily pleasure. Unlike most art, which becomes over-sophisticated as it develops, pop remains simple and direct. As with music hall, its most important qualities are vulgarity, naivety and exhibitionism.
Fortunately, it is almost impossible to articulate or teach this. Think of our recent passion to characterise "Britishness", in order that we might impress it into the psyches of the potentially British, to stop them from becoming terrorists. Perhaps we could have newly arrived immigrants being forced to sit in booths while wearing headphones, writing an explication of "I Am the Walrus".
The Britain of pop is the country I understand and like, partly because its music has never quite been domesticated. Neither parochial nor patriotic, pop is an unusual identification, one based not on hatred, but on creativity. Unlike identifications built on religion or on love of the state or the leader, it is forever shifting, still anarchic, cussed, rebellious, nonconformist. It is intelligent and witty, a running ironic description of contemporary British life.
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Lo mejor de la cultura británica (Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.)
HANIF KUREISHI
Babelia, 20/12/2008
Inteligente e ingenioso, siempre anárquico, maldito, rebelde, el pop es una forma de identificación poco corriente, basada en la creatividad. El escritor británico Hanif Kureishi afirma en este texto que su música ha sido la fuerza cultural más significativa y liberadora desde hace décadas.
La semana pasada llevé a mis hijos gemelos de 13 años a ver a los Black Keys en la sala Empire de Shepherd's Bush. Los Keys son dos estadounidenses, uno en la batería y otro en la guitarra, que hacen un ruido magnífico, impresionante y espectacular. (...) Los chicos, que pasan de la mayoría de las cosas de adultos, se mostraron fascinados por el espectáculo. Les pareció una noche "de morirse" y se dedicaron a observar con atención al guitarrista y al batería, y a comentar entre sí lo que hacían los músicos. Podría haber sido la típica experiencia de concierto de rock: moquetas pegajosas, la cisterna del retrete goteando sobre la cabeza, la gente quitándote el asiento, el aburrimiento y los nervios de esperar a que apareciera el grupo, el dolor de cabeza posterior. Pero durante el concierto recordé una frase de Jann Wenner, el fundador de la revista Rolling Stone, que en una ocasión dijo algo así: "Me di cuenta de que la gente de más talento de mi generación estaba dedicándose a la música, así que yo hice lo mismo".
Wenner estaba reconociendo la verdad, algo que he sabido desde que era adolescente. La música ha sido la fuerza cultural más interesante, significativa, liberadora y sexualmente atractiva de mi época, y la gente más viva, dotada y seductora se ha dedicado a ella. Por desgracia para los que son tímidos y carecen de talento.(...)
Como la mayor parte de las personas de mi generación, he pasado más tiempo escuchando música que leyendo. El pop es la forma cultural que comparto con la mayoría de mis amigos y, desde luego, según estoy descubriendo, con mis hijos. Afortunadamente, después de escuchar hip-hop durante un par de años, mis hijos se pasaron al rock estadounidense y luego al pop y al rock británicos. Yo volví a interesarme por la música a través de ellos. Si no, a estas alturas me daría un poco de vergüenza que me gustaran The Kooks y The Streets, porque parece que ya soy demasiado viejo para eso.
Cuando el music hall murió, después de la II Guerra Mundial, y reapareció encarnado en los programas de variedades de televisión, la música pop ocupó su sitio en los escenarios de los viejos teatros. Durante mis 50 años de vida, este país ha producido sin cesar enormes cantidades de música de gran calidad, además de absorber y reinterpretar la música norteamericana y empapar a sus jóvenes de las actitudes desconfiadas que la acompañan.
El pop es el grito del intruso que se dirige sin restricciones a una gran audiencia, ha contribuido más a rehacer la identidad británica que cualquier otra forma, y todavía sigue lleno del espíritu del punk. La música británica siempre ha sido una mezcla en todos los sentidos. Es una forma democrática y es multicultural; es negra y asiática, de clase obrera, de clase media, gay y lesbiana. Si hablo con mis hijos de todo esto, es porque también es su historia y algo que les gustaría saber y que incluso seguramente deberían saber, como educación alternativa.
El compromiso y el fervor actuales de los que poseen creencias religiosas son desconcertantes, impresionantes y temibles, y hacen que nos preguntemos en qué creemos nosotros. Nuestra falta de una fe así puede quizá avergonzarnos ligeramente. Sin embargo, si ese tipo de compromisos está más o menos fuera de nuestro alcance, hay otros que no lo están, aunque son menos tangibles y autoritarios, menos programáticos y más relacionados con los sentimientos y la capacidad de expresarnos.
Ahora bien, lo que construye una identidad -tal vez la parte más importante de ella- es tal vez algo que, como decían The Who, uno "no puede explicar", que está más allá del refinamiento del lenguaje.
El pop continúa representando las voces de los que normalmente no son escuchados y, como tal, sigue teniendo algo de subversivo y obsceno. El olor del sexo barato, las drogas y el alcohol, la desesperación y la gente que enloquece, nos recuerdan que el pop tiene que ver, en definitiva, con las cosas más profundas y más importantes: el disfrute anárquico y el placer corporal.
A diferencia de casi todas las artes, que se vuelven excesivamente sofisticadas a medida que evolucionan, el pop sigue siendo sencillo y directo. Como le ocurría al music hall, sus principales cualidades son la vulgaridad, la ingenuidad y el exhibicionismo.
Por suerte, eso es algo prácticamente imposible de articular ni de enseñar. Pensemos en nuestra reciente furia por definir lo británico, para estamparlo en las psiques de los aspirantes a nacionalizarse e impedir que se conviertan en terroristas. Podríamos hacer que los inmigrantes recién llegados se sienten en unas cabinas con auriculares y expliquen por escrito la letra de [la canción de The Beatles] I am the Walrus.
La Gran Bretaña del pop es el país que comprendo y que me gusta, en parte porque su música nunca se ha domesticado del todo. El pop, ni provinciano ni patriótico, es una forma de identificación poco corriente, que no se basa en el odio, sino en la creatividad.
Al contrario que las identificaciones basadas en la religión o en el amor al Estado o a su líder, el pop es algo en perpetua transformación, siempre anárquico, maldito, rebelde, inconformista. Es inteligente e ingenioso, una permanente descripción irónica de la vida británica contemporánea.
Hanif Kureishi (Londres, 1954) es autor, entre otros libros, de El buda de los suburbios, Mi oído en su corazón, El regalo de Gabriel, Intimidad y Soñar y contar, editados en Anagrama, que el próximo mes de marzo publicará su novela Algo que contarte. www.hanifkureishi.com.
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