El País, 26 de abril de 2019
Adultos y menores son víctimas del phubbing, una
adicción tecnológica que provoca aislamiento e incomunicación tanto en quien la
padece como con las personas que la rodean. ¿Qué pueden hacer los expertos, el
entorno familiar y el educativo para solucionarlo?
En casa de Jorge, se han establecido desde hace tiempo una serie de
normas de obligado cumplimiento en torno al móvil. “Él mismo me reconoció que
era incapaz de estudiar 20 minutos seguidos. Dejaba el libro o los apuntes y
volvía al teléfono. Fingía que escuchaba a sus padres, pero en el fondo no les
atendía”, recuerda el profesional que le atendió, y que prefiere mantener el
anonimato. Una adicción que en gran parte tenía que ver con lo que pasaba en
casa: padres ausentes y pendientes demasiadas horas al día de sus respectivos
teléfonos. Este caso refleja lo que es el phubbing: cuando una persona ignora a
otra y se abstrae del entorno que le rodea al estar más pendiente de su
teléfono móvil que de sus acompañantes humanos.
Los expertos coinciden en que la mayoría de los menores que sufren esta
adicción normalizan el acto de sumergirse en la pantalla por imitación. Un
ejemplo típico, explica el profesor de Psicología de la Universidad Camilo José
Cela (Madrid) Mateo Pérez Wiesner, es el de los padres en las comidas o en las
cenas. “En vez de prestar atención a la conversación familiar, no quitan el ojo
al móvil. Y los adolescentes sufren, aprenden e interiorizan esa conducta que
después replican con sus grupos de iguales”, afirma. Además de la desatención,
otro de las consecuencias de quienes padecen esta adicción es que la sensación
de aislamiento se extiende a los otros interlocutores.
Adultos enganchados al
teléfono
En demasiadas ocasiones el origen del phubbing radica, pues, en los
propios adultos. Muchos progenitores no son conscientes de que los problemas de
incomunicación y de aislamiento que reprochan a sus hijos parten precisamente
de ellos, de su excesiva dependencia del móvil.
“Los padres deben servir de ejemplo. Si ven que los adultos hacen un
uso incorrecto del móvil, los niños entenderán que socialmente es algo aceptado
y lo normalizarán”, sostiene Vega González, directora del centro de salud
mental Atención e Investigación de Socioadicciones, de Barcelona, donde el año
pasado atendieron a medio centenar de afectados por distintos tipos de
adicciones tecnológicas.
¿Y SI ES TU HIJO EL QUE TE LLAMA LA ATENCIÓN?
Normalmente, son los progenitores los que se dan cuenta de que sus hijos sufren cualquier tipo de adicción a los teléfonos móviles. Pero, ¿qué ocurre cuando son estos los que abren los ojos a sus progenitores sobre un problema así?
Un reciente estudio de Empantallados.com –plataforma para padres y
madres en la que distintos expertos ofrecen consejos prácticos para acompañar a
los hijos en el mundo digital– concluye que un tercio de los padres abusa de la
tecnología. Por eso es imprescindible que los progenitores aprendan a utilizar
el móvil. Porque son ellos quienes deben marcar cuándo y cómo se usa el
teléfono, y en qué circunstancias está bien (o mal) usarlo. La responsabilidad
debe empezar, pues, en los propios adultos, que son los que deben entender qué
función cumple el teléfono en sus vidas. “Han de ser conscientes del tiempo que
dedican cada día a consultar el smartphone. Es esencial no tener el teléfono a
mano cuando estén en una situación de interacción social. Conviene apagarlo o
dejarlo en casa, en el bolso, en el bolsillo...”, recomienda González.
Controlar la ansiedad
Mateo Pérez Wiesner insiste en que es clave identificar qué
pensamientos llevan a la persona a estar preocupada continuamente por el
smartphone. “A partir de ahí ya podremos trabajar para conseguir que
interiorice y ejecute un cambio de pensamiento”, explica el psicólogo.
La implicación de los padres es vital. “Tienen que elaborar estrategias
para conseguir un equilibrio entre el uso y no uso de las pantallas. Esta
estabilidad favorecerá la calidad de vida del menor, su socialización y la
interacción y comunicación familiar”, señala la psicóloga Vega González.
Entre las recetas que apunta: establecer normas sobre el uso del móvil,
como respetar las horas de sueño, poner límites de tiempo o pedir permiso a los
adultos; no utilizar jamás el teléfono en determinadas situaciones (en la mesa,
en reuniones familiares…); ofrecer a los hijos alternativas de diversión
alejadas de las nuevas tecnologías; transmitirles la importancia de hacer un
uso responsable de la Red y potenciar siempre la comunicación familiar cara a
cara.
El papel de la escuela
Al igual que la familia, la escuela desempeña un papel fundamental en
la detección y solución de esta adicción. Los profesores comparten muchas horas
diarias con los menores, los conocen, ven su rendimiento y cómo se comportan
tanto en el aula como en el recreo.
“Los docentes lo detectan rápidamente, es algo que notan enseguida”,
admite el psicólogo infanto-juvenil Abel Domínguez, con 17 años de experiencia
en este ámbito.
Existen numerosos estudios que demuestran que cuantas más horas pasan
los menores pendientes del móvil, peor es su rendimiento académico. Una
reciente investigación de la Universidad Camilo José Cela y la Universidad
Complutense de Madrid, realizada con 4.730 adolescentes, ha identificado que, a
mayor tiempo dedicado al smartphone, peores son sus notas en asignaturas
científicas (como matemáticas, naturales o ciencias sociales).
Por eso, desde el colegio es clave enseñar a los niños y adolescentes a
usar el smartphone con responsabilidad. Se les debe hacer ver que tantas horas
ante una pantalla conlleva una serie de peligros para su salud mental y física,
que puede tener consecuencias también para su aprendizaje y su manera de
relacionarse con los demás. “Es necesario tener una comunicación fluida en el
centro educativo con los alumnos y sus padres”, señala Domínguez.
Este psicólogo aboga por impartir talleres desde las aulas, dirigidos a
padres e hijos, sobre cómo usar los dispositivos móviles. “A los niños y a los
jóvenes se les ha de enseñar que los riesgos existen, y a los padres se les
deben ofrecer herramientas de control. La prevención es fundamental”, resume.