Thursday, March 02, 2017

¿Qué saben los nativos digitales?

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER
Diario de Sevilla, 21 de febrero de 2017



Se nos dice a menudo que nuestros jóvenes son la generación mejor formada de la historia de nuestro país. Como educador, yo añadiría una matización importante: la generación mejor preparada tecnológicamente. Quienes me conocen saben sobradamente que no soy ningún tecnófobo, pero, a ver, ¿saben los nativos digitales distinguir entre “haber” y “a ver”, entre “sino” y “si no”? ¿Saben quienes están constantemente conectados a la red acentuar palabras, usar comas y puntos, y deletrear correctamente su propio idioma? ¿Leen textos elaborados? ¿Conocen el rico vocabulario de su lengua materna? ¿Saben los nativos digitales elaborar una opinión o un pensamiento con más de 140 caracteres? ¿Saben discernir entre información e infoxicación? ¿Han leído algún poema de Lorca o algún capítulo de El Quijote? ¿Han estado siquiera cinco minutos delante del Guernica o de Las meninas mirándolos al natural? ¿Saben mirar un cuadro, y no simplemente fotografiarlo? ¿Han escuchado a Camarón o a Golpes Bajos? ¿Conocen los nombres de las plantas y de los árboles de su pueblo o de su ciudad? Inmersos como están en la cultura audiovisual imperante, ¿les suena el nombre de Luis Buñuel? ¿Saben distinguir entre telebasura y televisión de calidad? ¿Entre Sálvame y Salvados

Cabría también hacer preguntas de otra índole. ¿Saben los nativos tecnológicos mantener la mirada cuando hablan con su interlocutor? ¿Saben atender al otro cuando les hablan, ya sea un profesor, un paciente, un cliente o su propia pareja?¿Saben decir buenos días, gracias o por favor cuando interactúan oralmente con otro humano (y no con una pantalla)?¿Saben prestar atención durante una conversación sin sentir la necesidad de chequear su móvil a cada rato? ¿Saben ver una película en el cine sin encender repetidamente la pantalla lumínica de su teléfono? ¿Saben ponerse en el lugar del otro y respetar los momentos cuando no hay que activar un dispositivo electrónico? ¿Saben simplemente levantar la mirada de la pantalla para ver la vida pasar? ¿Saben disfrutar de un paseo en bicicleta sin que les asalte el miedo a perderse algo (MAPA) en su red de contactos o a verse sin móvil (nomofobia)? ¿Saben conducir un vehículo sin desviar la mirada de la carretera para mirar o teclear simultáneamente un mensaje en su regazo? 

Por otro lado, ¿asesoran los padres y madres a sus hijos e hijas hipertecnologizados sobre cuándo estar conectados y cuándo no? ¿Saben moverse por el mundo físico sin confiar ciegamente en un GPS que no siempre es fiable? ¿Saben preguntar por una dirección a otro humano por la calle? ¿Saben disfrutar de una comida sin estar empantallados (feliz expresión de la escritora Elvira Lindo), sin mirar constantemente una pantalla? ¿Saben los nativos digitales salir del nuevo armario que para algunos es el ciberespacio? ¿Saben quién fue, qué hizo y que dejó de hacer Franco? ¿Saben los nativos digitales cómo superar su pánico a sentirse desconectados por un rato? ¿Saben los nativos digitales, esclavos mudos de la dictadura de las pantallas hasta en la cama, prescindir de la tecnología, cuando toca hacerlo? Y, por último, ¿saben esperar?

Me hago esta última pregunta porque, hoy en día, en estos tiempos líquidos que nos ha tocado vivir, que diría el maestro Zygmunt Bauman, la velocidad del mensaje parece importar más que el mensaje mismo. La incesante proliferación de informaciones sin contrastar que circulan por la red es cada vez más preocupante. Una reciente viñeta de El Roto mostraba a un individuo mirando pasmado informaciones en una pantalla destelleante. La leyenda que acompañaba a la viñeta rezaba: “¡Todas son mentiras! ¡Pero son gratis!” Estamos ante un circulo vicioso que es necesario romper: no se lee con sosiego porque se ha perdido la paciencia para esperar, y no se sabe esperar porque no se sabe leer de forma sosegada. En la emocionante videocarta que el joven profesor sevillano de EGB Pablo Poó Gallardo ha publicado recientemente en YouTube (y que no tardó en hacerse viral) éste les decía a sus alumnos suspendidos que una mente cerrada es muy fácil de manipular porque sólo tiene una puerta y les reprochaba su desinterés por ilustrarse y que carecieran de referentes culturales para comprender el mundo en el que viven, lo que lastra, entre otras, su capacidad de comprensión lectora. Las nuevas tecnologías de la telecomunicación que tenemos a nuestro alcance son herramientas maravillosas, pero la tecnodependencia adictiva está demostrando ser, sin lugar a dudas, un factor de desculturización creciente. cmg2017

Wednesday, March 01, 2017

El mundo más allá de las redes_Neuropsicología

Por ÁLVARO BILBAO

Antiguamente, es decir, hace siete años, cuando una persona esperaba a un amigo en la puerta de su casa, o cuando daba un paseo, sus manos estaban relajadas, metidas en los bolsillos, o moviéndose levemente con el vaivén de sus pasos. Su cerebro también parecía libre de actividad. Hoy en día, la irrupción de la tecnología en nuestras vidas es tal que la mayoría de nosotros consultamos el teléfono en estas situaciones. Algunos ayuntamientos han decidido poner semáforos en los bordillos para prevenir accidentes a quienes deambulan por la calle con los ojos fijos en las pantallas de sus teléfonos. Y cada vez hay más interés en qué efecto tiene esta hiperconexión en nuestro cerebro. No hay una respuesta clara, pero sabemos que cualquier actividad que repetimos con cierta frecuencia deja una huella en forma de conexiones neuronales y entrar en Internet es una actividad repetida hasta la saciedad por muchos de nosotros.

Desde hace un par de años sabemos que Internet es adictivo. Las personas con una tendencia genética a “engancharse” tienden a perder el control con más facilidad, pero prácticamente la totalidad de personas que disponen de un teléfono inteligente consultan información con creciente regularidad y en más contextos de lo que les gustaría o elegirían libremente. Los padres atienden al móvil más que a sus hijos con excesiva frecuencia, las parejas de enamorados comparten su amor en y con las redes sociales y hasta sabemos que la siniestralidad al volante ha aumentado por nuestra dificultad para decir no a la tentación digital. Internet engancha porque al cerebro humano le encanta conocer nueva información y la Red nos proporciona siempre dosis de esta droga.

Los principales beneficios de la desconexión se centran en tres áreas bien diferenciadas. En primer lugar, en la reducción de niveles de ansiedad asociados al uso compulsivo del móvil. La información nueva es muy estimulante para nuestro cerebro, pero, si no sabemos gestionar este estímulo, puede provocar una especie de frenesí en el que perdemos la sensación de control y seguridad, haciendo que aumente la ansiedad. En segundo lugar, la desconexión facilita que entremos en estados mentales de relajación reduciendo el estrés. En tercer lugar, podemos decir que la desconexión es un facilitador para establecer comunicaciones cara a cara, algo que tiene un efecto positivo sobre nuestro sistema inmunológico y también, de nuevo, activa la respuesta antiestrés. Menos tiempo en Internet (especialmente antes de dormir) supone más horas y mejor calidad del sueño, todo ello también relacionado con la reducción de los niveles de estrés y con una mejora del sistema inmunológico.

Son muchas las cosas que podemos hacer para reducir el grado de hiperconexión a la Red. Existen aplicaciones que nos permiten regular el número de veces que consultamos el móvil o que nos motivan si consumimos pocos datos en un día. Para muchos, la desconexión no pasa por controlar el uso, sino por ofrecer ventanas de tiempo libre de estimulación. Sólo con dormir en una habitación distinta a la de nuestros dispositivos ya ganaremos horas y calidad de sueño. Para conseguirlo sólo hace falta rescatar o comprar un viejo despertador a pilas y recordar cada noche dejar el teléfono cargando en la cocina. Para algunas personas la desconexión empieza a la hora de la cena, momento en el que apagan sus dispositivos. Otros practican la desconexión un día a la semana haciendo que, por ejemplo, el sábado sea un día en el que no interaccionan ni con el ordenador, ni con el móvil. También hay otros que lo consideran un lujo que se reserva para las vacaciones; cuatro semanas en verano liberados del frenesí que supone estar conectado. Sea como fuere, para todos ellos desconectar significa ganar en calidad de vida, conectar con la paz interior, con la calma y el estar con uno mismo, sin estar pendiente de lo que ocurre en el mundo.

Hoy en día sabemos que, antiguamente, hace siete años, cuando aparentemente nuestro cerebro parecía no hacer nada, en realidad hacía muchas cosas. Cuando no estamos conversando, ni trabajando ni recibiendo información a través de los teléfonos móviles, nuestro cerebro activa toda una serie de redes neuronales que almacenan información favoreciendo una mejor memoria y recuerdo. También se activa el sistema inmunológico realizando tareas de reparación en el propio cerebro y favoreciendo una sensación de relajación enormemente placentera. El último sistema que se activa cuando aparentemente no hacemos nada es lo que conocemos como “red por defecto”, un sistema de redes neuronales que se encarga de hacer algo muy importante para nosotros. Mientras paseamos sin hacer nada esta red se encarga de calcular infinitas posibilidades para solucionar nuestros problemas cotidianos, preocupaciones y metas de la manera más efectiva. Si apagamos cada día nuestros dispositivos y renunciamos al fruto de los últimos 100 años de desarrollo tecnológico, podremos disfrutar de los beneficios de millones de años de evolución neurológica. Todo un sistema de regulación intelectual y emocional que nos permite reducir el estrés, la ansiedad y nos facilita tareas como la memorización, el recuerdo y la resolución de problemas.

Practico la desconexión digital cada noche y al menos 15 días en verano, y debo decir que muchos de los mejores ratos del año ocurren durante este tiempo. Para quienes practicamos esto resulta una liberación no poder ser encontrados y no tener nada que buscar. Para mí es lo más parecido a regresar a la infancia y conectar con el presente sin deberes, ni preocupaciones. Durante mucho tiempo he explicado en mis conferencias que las nuevas tecnologías, bajo la promesa de conectarnos con el mundo, iban a acabar por desconectarnos de las personas que más queremos. Hoy creo que el verdadero problema está en que si no desconectamos al menos en distintos momentos del día o la semana, perderemos la conexión con nosotros mismos. (El País, 26.02.17)

Álvaro Bilbao es neuropsicólogo y autor del libro ‘Cuida tu cerebro’ (Editorial Plataforma).